martes, 22 de marzo de 2011

Están vivos

(They Live)
USA, 1988. 93m. C.
D.: John Carpenter P.: Larry J. Franco G.: Frank Armitage, basado en el relato de Ray Nelson I.: Roddy Piper, Keith David, Meg Foster, George 'Buck' Flower F.: 2.35:1

Que vista hoy Están vivos, estrenada hace trece años, siga estando de actualidad, reconociendo en su argumento y sus imágenes el mundo en el que nos movemos, es una meridiana demostración de la capacidad analítica de John Carpenter acerca del mundo en el que vive, observador de los códigos bajo los cuales se mueve nuestra sociedad para, después, filtrarlos a través de su mirada cinematográfica. De esta manera, combinando el espíritu subversivo con las formas de la Serie B (con una producción de apenas cuatro millones de dólares), Están vivos reinvindica la posición del cine de ciencia-ficción como bisturí con el que penetrar en las realidades sociales más oscuras de nuestro mundo.

Los primeros minutos de Están vivos suponen una certera radiografía del feroz instinto capitalista que dominó la América de los 80 bajo el mandato de la administración Reagan. Durante estas escenas, los imponentes rascacielos de Manhattan cubren por completo el horizonte bajo el que se mueven los descarriados protagonistas, ejemplos de la clase trabajadora que, subsisitiendo como pueden en la periferia, refugiándose en poblados improvisados levantados en desérticos solares, buscando día a día un puesto de trabajo con el que poder ganar el dinero suficiente para seguir buscando al día siguiente, mientras su esfuerzo sirve de sangre para bombear el corazón que rige la economía de las clases altas. Durante este tercio, las imágenes de Están vivos hacen gala de un tono realista, casi documental, retratando los esfuerzos de George Nada para encontrar trabajo: con su mochila a la espalda y su caminar lento representa la figura del hombre sin nada, sin destino que alcanzar ni un pasado al que agarrarse.

La utilización de Roddy Piper como protagonista añade una lectura metanlingüística a Están vivos que confirma la mirada airada de su director, profundizando en el contexto apocalíptico que inaugurara con la satánica El príncipe de las tinieblas (utilizando de nuevo, como en aquella, un seudónimo de referencias lovecraftianas para firmar el guión): luchador profesional de wrestling entre 1970 y 1987 (retornando al ring en 1990) bajo el nombre de "Rowdy" Roddy Piper (su verdadero nombre es Roderic George Toombs), con su cuerpo fornido y sus músculos representa el héroe de acción musculado propio del cine espectáculo de los 80. Un arquetipo que, para el director de La niebla, está cansado y cuyo trabajo, al final de la década, parece tocar a su fin.

Tenemos que recordar que la década de los 80 posiblemente sea una de las más aciagas de la carrera de Carpenter, cuyos coqueteos con el cine de gran aparato se saldó, en general, negativamente (aún hoy, cuando se le pregunta, sigue considerando el estrepitoso recibimiento de La cosa como una de las peores experiencias de su filmografía). Así, en Están vivos nos encontramos a un Carpenter más belicoso que nunca y dispuesto a combatir el fuego con el fuego. La larga escena en la que Nada se pelea con su amigo Frank, intentando que se ponga las gafas especiales que ha encontrado y que le permite acceder a "otra realidad", representa el esfuerzo de Carpenter para abrir los ojos al cine de acción de la época.

La utilización de unas simples gafas de sol como puerta hacia la verdad supone un elemento pulp que muda la piel de la película. El realismo del principio va siendo dinamitado por los elementos fantásticos propios del cine de ciencia-ficción. La representación de un mundo contruido a base de mensajes subliminales transmitidos a través de los medios de comunicación con los que controlar a la población, combatido con los modos y maneras del cine de acción, con los protagonistas haciendo uso de la fuerza y de las armas contra las criaturas extraterrestres, convierte a Están vivos en una de las variaciones menos sutiles y más airadas del clásico esquema de La invasión de los ladrones de cuerpo (sólo por debajo de la pegajosa Society, en la cual los ricos absorbían, literalmente, a los pobres).

El final de Están vivos consigue combinar el habitual pesimismo de su director con una cierta esperanza: es posible que los héroes de Carpenter estén condenados a sucumbir ante el peso de sus oponentes, de igual modo a que el director de La noche de Halloween vive a la sombra de la gran industria hollywoodiense, pero sus esfuerzos no son en balde: Están vivos, desde su humilde rincón dentro de la parcela del cine de bajo presupuesto de evasión, con su mera existencia evidencia las servidumbres del cine de acción mainstream más adocenado.

3 comentarios:

Lord_Pengallan dijo...

Esta peli la tengo bastante olvidada. Igual hay que revisitarla. No la recuerdo como mala así que debe ser que no me lleno mucho.

Iñaki dijo...

Pues a mi me parece una pequeña joya. La escena en la que ven con las gafas los mensajes subliminales por la calle y en un billete pone "Este es tu Dios", me resultó memorable.

Enhorabuena por las críticas. Leo todos tus textos y comparto la mayoría, soy acérrimo de Carpenter y como tal coincido en practicamente todo lo expuesto.

Saludos en paralelo

José M. García dijo...

Lord: Sin ser la mejor película de Carpenter, sí me parece una de las más simpáticas, sobre todo por el tono pulp y su discurso tan directo.

Iñaki: gracias, siempre se agradece encontrar a seguidores de este gran director. Intentaré que, poco a poco, vayan apareciendo todas sus películas.

Como curiosidad, decir que el relato en que se basa la película, "Eight o´clock in the morning", es algo diferente: la idea es la misma y el final se parece bastante, pero tiene un tono más cercano al relato clásico de ciencia-ficción y recuerda mucho al Orwell de 1984.

Lo de las gafas es invención de Carpenter, así como el tono de acción al que deriva la película. La alegoría social, sin ser tampoco sutil, no es tan agresiva como la de "Están vivos" y George Nada es descrito como un personaje más mesiánico y menos cínico.