USA, 1987. 102m. C.
D.: John Carpenter P.: Larry J. Franco G.: Martin Quatermass I.: Donald Pleasence, Jameson Parker, Victor Wong, Lisa Blount F.: 2.35:1
A pesar de que la filmografía de John Carpenter se inscribe casi en su totalidad dentro de los parámetros del cine fantástico, éste siempre ha sido esquivo a la hora de invocar elementos sobrenaturales en sus títulos. Algo ratificado por el hecho de que cuando una película se ha acercado a dicho territorio, el director de La cosa ha dado más importancia a lo corpóreo que a lo metafísico (un ejemplo claro está en La niebla, en la cual el elemento hostil estaba formado por los cadáveres redivivos de los náufragos de un barco hundido cuyos cuerpos putrefactos y agusanados imponían más que la espesa nieblas que les acompañaba). No es extraño, por tanto, que con su vuelta a los márgenes del cine de género más puro en su formulación de bajo presupuesto tras coquetear con la gran industria, Carpenter planteara su film más sobrenatural, desarrollado, sin embargo, desde la perspectiva más material posible.
Pero Carpenter, director siempre honesto, muestra sus cartas al poco de iniciarse el film: el guión aparece firmado por Martin Quatermass, seudónimo del propio Carpenter que le sirve para rendir homenaje a Bernard Quatermass, personaje de ficción creado por el guionista Nigel Kneale para la BBC Television en los años 50 y cuya fama internacional vendría dada por protagonizar la trilogía de films de ciencia-ficción producidos por la Hammer Films y compuesta por el clásico El experimento del doctor Quatermass, Quatermass II y la extraordinaria ¿Qué sucedió entonces? En esta última, se realizaba un fascinante giro a los contactos entre el hombre y los extraterrestres: el hallazgo de fósiles alienígenas en el metro de Londres llevaban a una escalofriante conclusión: en realidad, los marcianos éramos nosotros. De golpe, conceptos existenciales y espirituales como el alma, la fe, los fantasmas o la creencia en el Diablo adquirían un sentido racional. Un acercamiento materialista y científico que Carpenter repite en El príncipe de las tinieblas en su acercamiento al cine satánico.
En el penúltimo capítulo de su perturbadora Ruido de fondo, el escritor Don Delillo enfrentaba a su protagonista a una última prueba que desarmaría, definitivamente, los cimientos sobre los que levantaba la visión de su existencia: mientras es curado de una herida de bala, la monja que le atiende le desvela la verdad: la fe no forma parte de su vida, sino que supone una cortina de humo de cara a los demás. Es decir, la gente necesita que alguien, quien sea, crea: la religión como un servicio público existencial. Cuando, al comienzo de El príncipe de las tinieblas, el sacerdote interpretado por Donal Pleasence descubre que el Mal, el Diablo, no es un concepto espiritual sino una esencia muy real, material, y encerrada en una extraña lámpara que ha sido ocultada por la Iglesia durante siglos, prefiriendo ofrecer a sus fieles una explicación (es un decir) más abstracta, Carpenter parece continuar el discurso de Delillo.
En El príncipe de las tinieblas el Mal no es un elemento espiritual que busca arrebatarnos el alma, sino que tiene forma, es físico, puede tocarnos y apoderarse de nuestros cuerpos. Este concepto le sirve al dircetor de Vampiros tanto para iniciar su trilogía apocalíptica (completada por Están vivos y En la boca del miedo) como para profundizar en la mirada pesimista que siempre ha recorrido su carrera: el hecho de que Satán provenga del espacio (al igual que la criatura de La cosa) convierte al ser humano en una mera marioneta en manos de una inteligencia extraterrestre (evidenciado en los pedigüeños, liderados por el cantante Alice Cooper, que rodean la iglesia en la que suceden los hechos y que impiden salir a sus ocupantes). Los turbadores sueños que sufren los protagonistas, en realidad, mensajes provenientes del futuro, acredita su condición de seres programados.
Un conjunto, sin duda, tan fascinante como peligroso: el encerrar a un grupo de estudiantes de física, filosofía y biología en una iglesia para estudiar la esencia del Mal podía haber convertido a El príncipe de las tinieblas en una de las muestras más pedantes de la historia del género. Un peligro que Carpenter evita al convertir su film en una apología del cine fantástico en su sentido más puro y completo: la perfecta fusión de los lúcido y lo lúdico. Las discusiones teológicas de la primera parte derivan en una variante del clásico film de zombies en el momento en el que el líquido maligno escapa de su encierro y empieza a contagiar a los estudiantes. De manera sorprendente, Carpenter pasa del elegante cine fantástico británico al purulento terror italiano sin que el conjunto se resienta: El príncipe de las tinieblas acaba transformándose en una entrega inconfesa de la saga Demons, dirigida por Lamberto Bava y producida por Dario Argento (cuyo ambiente religioso la hermana, de manera inconsciente, con otra producción de Argento, la igualmente apocalíptica y virulenta El engendro del Diablo, de Michele Soavi), con zombies, posesiones diabólicas, mutaciones y retorcidos asesinatos. De la teoría a la práctica, del concepto al gore, El príncipe de las tinieblas no sólo supuso el regreso de su director al cine de género en el que comenzó, sino que también certifica su creencia en las múltiples posiblidades reflexivas y evasivas del cine fantástico.
Pero Carpenter, director siempre honesto, muestra sus cartas al poco de iniciarse el film: el guión aparece firmado por Martin Quatermass, seudónimo del propio Carpenter que le sirve para rendir homenaje a Bernard Quatermass, personaje de ficción creado por el guionista Nigel Kneale para la BBC Television en los años 50 y cuya fama internacional vendría dada por protagonizar la trilogía de films de ciencia-ficción producidos por la Hammer Films y compuesta por el clásico El experimento del doctor Quatermass, Quatermass II y la extraordinaria ¿Qué sucedió entonces? En esta última, se realizaba un fascinante giro a los contactos entre el hombre y los extraterrestres: el hallazgo de fósiles alienígenas en el metro de Londres llevaban a una escalofriante conclusión: en realidad, los marcianos éramos nosotros. De golpe, conceptos existenciales y espirituales como el alma, la fe, los fantasmas o la creencia en el Diablo adquirían un sentido racional. Un acercamiento materialista y científico que Carpenter repite en El príncipe de las tinieblas en su acercamiento al cine satánico.
En el penúltimo capítulo de su perturbadora Ruido de fondo, el escritor Don Delillo enfrentaba a su protagonista a una última prueba que desarmaría, definitivamente, los cimientos sobre los que levantaba la visión de su existencia: mientras es curado de una herida de bala, la monja que le atiende le desvela la verdad: la fe no forma parte de su vida, sino que supone una cortina de humo de cara a los demás. Es decir, la gente necesita que alguien, quien sea, crea: la religión como un servicio público existencial. Cuando, al comienzo de El príncipe de las tinieblas, el sacerdote interpretado por Donal Pleasence descubre que el Mal, el Diablo, no es un concepto espiritual sino una esencia muy real, material, y encerrada en una extraña lámpara que ha sido ocultada por la Iglesia durante siglos, prefiriendo ofrecer a sus fieles una explicación (es un decir) más abstracta, Carpenter parece continuar el discurso de Delillo.
En El príncipe de las tinieblas el Mal no es un elemento espiritual que busca arrebatarnos el alma, sino que tiene forma, es físico, puede tocarnos y apoderarse de nuestros cuerpos. Este concepto le sirve al dircetor de Vampiros tanto para iniciar su trilogía apocalíptica (completada por Están vivos y En la boca del miedo) como para profundizar en la mirada pesimista que siempre ha recorrido su carrera: el hecho de que Satán provenga del espacio (al igual que la criatura de La cosa) convierte al ser humano en una mera marioneta en manos de una inteligencia extraterrestre (evidenciado en los pedigüeños, liderados por el cantante Alice Cooper, que rodean la iglesia en la que suceden los hechos y que impiden salir a sus ocupantes). Los turbadores sueños que sufren los protagonistas, en realidad, mensajes provenientes del futuro, acredita su condición de seres programados.
Un conjunto, sin duda, tan fascinante como peligroso: el encerrar a un grupo de estudiantes de física, filosofía y biología en una iglesia para estudiar la esencia del Mal podía haber convertido a El príncipe de las tinieblas en una de las muestras más pedantes de la historia del género. Un peligro que Carpenter evita al convertir su film en una apología del cine fantástico en su sentido más puro y completo: la perfecta fusión de los lúcido y lo lúdico. Las discusiones teológicas de la primera parte derivan en una variante del clásico film de zombies en el momento en el que el líquido maligno escapa de su encierro y empieza a contagiar a los estudiantes. De manera sorprendente, Carpenter pasa del elegante cine fantástico británico al purulento terror italiano sin que el conjunto se resienta: El príncipe de las tinieblas acaba transformándose en una entrega inconfesa de la saga Demons, dirigida por Lamberto Bava y producida por Dario Argento (cuyo ambiente religioso la hermana, de manera inconsciente, con otra producción de Argento, la igualmente apocalíptica y virulenta El engendro del Diablo, de Michele Soavi), con zombies, posesiones diabólicas, mutaciones y retorcidos asesinatos. De la teoría a la práctica, del concepto al gore, El príncipe de las tinieblas no sólo supuso el regreso de su director al cine de género en el que comenzó, sino que también certifica su creencia en las múltiples posiblidades reflexivas y evasivas del cine fantástico.
2 comentarios:
Egg Shen y el Dr. Loomis discuten sobre los casos de alteración de conducta provocados por la exposición prolongada al blandi-blub.
Me encanta esa captura, jeje.
Si usted, curioso internauta, no ha visto esta película, anímese y échela un vistazo. Es modesta, pero se lo pasará realmente bien.
El obligatorio trailer para ir abriendo boca.
Gracias por el aporte.
Como curiosidad señalar que en su indiscutible obra maestra "Endtroducing", DJ Shadow utilizó un sampler sacado de "El príncipe de las tinieblas". Concretamente, el audio que se oye en las escenas del sueño, e insertado en los minutos finales de la pista llamado "Transmission 2" (seguramente, no por casualidad).
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