USA, 2002. 113m. C.
D.: David Fincher P.: Céan Chaffin, Judy Hofflund, David Koepp & Gavin Polone G.: David Koepp I.: Jodie Foster, Kristen Stewart, Forest Whitaker, Jared Leto F.: 2.35:1
La importancia de los títulos de crédito en las películas de David Fincher no reside únicamente en su cuidada presentación estética, sino también en su valor narrativo. En estos, suele incluirse una pista fundamental para comprender la propia película. En este sentido, destacan las secuencias de Seven (donde entrabamos de lleno en la cabeza del asesino en serie que ponía en jaque a los personajes de Brad Pitt y Morgan Freeman) y de El club de la lucha (con ese recorrido desde el centro del cerebro del protagonista, aclarando de entrada que todo lo que venía a continuación estaba condicionado por su trastornado punto de vista). Los créditos de La habitación del pánico nos muestran una serie de planos ilustrados por una variedad de edificios, dibujando el perfil de una ciudad. Sobreimpresionados sobre los edificios, perfectamente alineados, aparecen los nombres del equipo técnico y artístico del film, de un modo que les hace formar parte de ellos. Efectivamente, en La habitación del pánico David Fincher oficia más de arquitecto fílmico que de narrador cinematográfico, levantando un catedralicio ejercicio de estilo con el que demostrar su portentoso talento técnico.
No por ello se ha de entender que La habitación del pánico sea una película vacua. De hecho, el universo ,y los personajes que se mueven por él, descrito por el guión de David Koepp no se aleja de ese mundo hecho añicos, que se cae a pedazos sin que sus habitantes parezcan percatarse, de las anteriores películas de Fincher. La propia existencia de la estancia que da nombre al film, esa impenetrable habitación del pánico que, a la vez, se convierte en una prisión para las dos protagonistas, saca a la luz la realidad hostil en la que convivimos. Una hostilidad que nos rodea y para la que no estamos protegidos ni por las paredes de nuestros hogares. Una habitación del pánico sólo tiene sentido si se usa, convirtiéndose en un faro que atrae a los delincuentes.
También hallamos en La habitación del pánico, algo diluido, eso sí, el enfrentamiento generacional entre padres e hijos que constituía el centro de The Game y El club de la lucha (y, en cierto modo, de Alien 3 -entre Ripley y su bebé Alien- y Seven -entre el veterano Somerset y el novato Mills-) y que aquí recae entre la fría pero vulnerable Meg y su insolente hija Sarah: esta última parecerá estar mas preparada, quizás por ser producto directo de esos inestables tiempos, para afrontar el peligro: guía a su madre a la hora de hablar con los intrusos y, en un momento concreto, utilizará las lecciones de supervivencia aprendidas en el cine de consumo.
La habitación del pánico se ve contagiada, asimismo, de ese tono apocalíptico que, de una forma u otra, envuelve toda la filmografía del director de Zodiac (y que tiene su momento cumbre en la hermosa imagen con que concluía El club de la lucha). La primera noche que madre e hija pasan en su nuevo hogar se caracteriza por una intensa tormenta, con la lluvia azotando de manera inclemente los cristales de las ventanas. Las fuerzas de la naturaleza parecen actuar en contra de los personajes (el travelling que arranca con los gritos de socorro de las protagonistas y que se van apagando a medida que salimos al exterior, con las palabras borradas por la fuerza del viento; el asaltante Burnham, con los brazos levantados en medio del patio, y rodeado por las hojas arrastradas por el viento, como si fuera un prisionero de un ejército telúrico).
Pero, a pesar de lo dicho, el espectador no puede evitar una cierta sensación de insatisfacción antes las impecables imágenes del film, como si este, en realidad, fuera una especie de ejercicio de fin de curso de David Fincher a la hora de ponerse a la cabeza de lo que podríamos llamar la generación del vídeo-clip presentada en los años 90 (integrada por, entre otros, Spike Jonze, Dominic Sena, Mark Romanek, Tarsem Singh o Alex Proyas). No cabe duda de que Fincher es el autor que mejor ha sabido trasladar las señas de identidad del vídeo-clip a la narrativa cinematográfica (el impresionante plano secuencia en el que la cámara recorre los tres pisos de la casa, siguiendo los movimientos de los ladrones intentando entrar, e introduciendose incluso en las cerraduras; el plano que rota 90º, para mostrar a Jodie Foster acostada y a su vigilante de pie, al fondo del encuadre; la dilatación del tiempo mediante el uso de la cámara lenta en la escena en la que Foster intenta recuperar el móvil) pero, a la vez, La habitación del pánico se presenta como una condensación de las virtudes y defectos de esta generación: por un lado, el innegable poder de unas imágenes de marcado virtuosismo formal; y, por otro, la sensación, también innegable, de encontrarnos ante un producto de diseño ensimismado en ese mismo virtuosismo.
No por ello se ha de entender que La habitación del pánico sea una película vacua. De hecho, el universo ,y los personajes que se mueven por él, descrito por el guión de David Koepp no se aleja de ese mundo hecho añicos, que se cae a pedazos sin que sus habitantes parezcan percatarse, de las anteriores películas de Fincher. La propia existencia de la estancia que da nombre al film, esa impenetrable habitación del pánico que, a la vez, se convierte en una prisión para las dos protagonistas, saca a la luz la realidad hostil en la que convivimos. Una hostilidad que nos rodea y para la que no estamos protegidos ni por las paredes de nuestros hogares. Una habitación del pánico sólo tiene sentido si se usa, convirtiéndose en un faro que atrae a los delincuentes.
También hallamos en La habitación del pánico, algo diluido, eso sí, el enfrentamiento generacional entre padres e hijos que constituía el centro de The Game y El club de la lucha (y, en cierto modo, de Alien 3 -entre Ripley y su bebé Alien- y Seven -entre el veterano Somerset y el novato Mills-) y que aquí recae entre la fría pero vulnerable Meg y su insolente hija Sarah: esta última parecerá estar mas preparada, quizás por ser producto directo de esos inestables tiempos, para afrontar el peligro: guía a su madre a la hora de hablar con los intrusos y, en un momento concreto, utilizará las lecciones de supervivencia aprendidas en el cine de consumo.
La habitación del pánico se ve contagiada, asimismo, de ese tono apocalíptico que, de una forma u otra, envuelve toda la filmografía del director de Zodiac (y que tiene su momento cumbre en la hermosa imagen con que concluía El club de la lucha). La primera noche que madre e hija pasan en su nuevo hogar se caracteriza por una intensa tormenta, con la lluvia azotando de manera inclemente los cristales de las ventanas. Las fuerzas de la naturaleza parecen actuar en contra de los personajes (el travelling que arranca con los gritos de socorro de las protagonistas y que se van apagando a medida que salimos al exterior, con las palabras borradas por la fuerza del viento; el asaltante Burnham, con los brazos levantados en medio del patio, y rodeado por las hojas arrastradas por el viento, como si fuera un prisionero de un ejército telúrico).
Pero, a pesar de lo dicho, el espectador no puede evitar una cierta sensación de insatisfacción antes las impecables imágenes del film, como si este, en realidad, fuera una especie de ejercicio de fin de curso de David Fincher a la hora de ponerse a la cabeza de lo que podríamos llamar la generación del vídeo-clip presentada en los años 90 (integrada por, entre otros, Spike Jonze, Dominic Sena, Mark Romanek, Tarsem Singh o Alex Proyas). No cabe duda de que Fincher es el autor que mejor ha sabido trasladar las señas de identidad del vídeo-clip a la narrativa cinematográfica (el impresionante plano secuencia en el que la cámara recorre los tres pisos de la casa, siguiendo los movimientos de los ladrones intentando entrar, e introduciendose incluso en las cerraduras; el plano que rota 90º, para mostrar a Jodie Foster acostada y a su vigilante de pie, al fondo del encuadre; la dilatación del tiempo mediante el uso de la cámara lenta en la escena en la que Foster intenta recuperar el móvil) pero, a la vez, La habitación del pánico se presenta como una condensación de las virtudes y defectos de esta generación: por un lado, el innegable poder de unas imágenes de marcado virtuosismo formal; y, por otro, la sensación, también innegable, de encontrarnos ante un producto de diseño ensimismado en ese mismo virtuosismo.
3 comentarios:
La habitación del pánico es quizás la película que menos me gusta de Fincher, porque trasluce lo que yo me quejo del Fincher preZodiac: Está más pendiente de crear atmósferas y de planos estéticamente perfectos que de ponerse al servicio de la historia y presentar lo que ésta necesita.
Y no hay ejemplo más significativo que The Panic Room. Llego a creer que toda la película es una excusa para el impecable y excelso plano que recorre toda la casa.
AH, la niña es insoportable. David Koepp no debería tener niños nunca.
Estoy de acuerdo con usted, pero con una matización muy importante: en ese Fincher pre-"Zodiac" se encuentra la que para un servidor no es sólo su mejor película, sino el film clave de los 90: esa obra maestra llamada "El club de la lucha".
La niña insoportable de "La habitación del pánico" se ha convertido en la adolescente insoportable de "Crepúsculo". Coherencia no le falta.
Por cierto, no me he saltado esa película, sino que fue reseñada en los principios del blog. Aquí dejo la reseña que escribí:
http://elblogdeint.blogspot.com/2009/12/el-club-de-la-lucha.html
Y era precedida por los niños insoportable de Parque Jurásico, con lo que se cierra el tríptico.
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