Canadá/USA/Italia, 2003. 97m. C.
D.: Ronny Yu P.: Sean S. Cunningham G.: Damian Shannon & Mark Swift, basado en los personajes creados por Wes Craven & Victor Miller I.: Robert Englund, Ken Kirzinger, Monica Keena, Jason Ritter F.: 2.35:1
El comienzo no deja lugar a dudas: Freddy contra Jason no es tanto un crossover entre los dos psicópatas más populares del cine de terror americano de los 80, sino una nueva entrega de la saga estrella de la New Line, con artista invitado. El propio Freddy se encarga de abrir la película, relatándole directamente al espectador su pasado: la escenificación del "origen" del personaje, así como un repaso a algunos de los highlights de las entregas anteriores (acompañados por imágenes de archivo de estas) evidencia tanto la necesidad de presentar el personaje a un público que posiblemente no esté tan familiarizado con él, como el objetivo de revitalizar una saga demasiado lucrativa para dejarla descansar en paz. Unas intenciones plenamente confirmadas por una estructura mimética de cada una de las partes de Pesadilla en Elm Street, explotando una vez más los miedos más íntimos (y los deseos más húmedos) propios de la adolescencia y el cada vez más profundo abismo generacional entre los jóvenes y los adultos. Pero Freddy contra Jason no se olvida de los viejos (casi literalmente) seguidores e incorpora algunos entrañables guiños para el seguidor de la saga: la utilización de la casa original de Nancy, todo un emblema de la serie; o la presencia de la droga experimental hipnocyl, presentada en la tercera entrega.
No resulta difícil hacer una lectura metalingüística de Freddy contra Jason. De igual manera que un olvidado Freddy necesita la presencia (y las acciones) de Jason para volver a recuperar su poder (el cual, recordemos, se sustenta en el miedo. Como si fuera un postmoderno Hombre del Saco salido de los callejones nocturnos de los barrios residenciales suburbanos, Freddy necesita que le recuerden, que le teman. Ya en la primera entrega, Nancy conseguía vencerle dándole -literalmente- la espalda), tras el descalabro de La nueva pesadilla de Wes Craven y pasados casi diez años, la figura de Freddy es una sombra del pasado de la que nadie se acuerda, perdiendo todo su poder en las taquillas. Para recuperarlo, necesita de la ayuda de un extranjero: Si Jason viene de una saga cinematográfica paralela, Ronnie Yu lo hace de un país allende los mares.
Ronnie Yu pertenece al selecto grupo de directores hongkoneses (encabezado por John Woo y completado con Tsui Hark y Ringo Lam) que en los 90 aterrizaron en Estados Unidos para intentar revitalizar el cine de acción y que, aunque hoy en día parece que nadie quiere reconocerlo, dieron lugar a películas harto interesantes. Sin ir más lejos, el propio Ronnie Yu consiguió resucitar una saga tan acabada como lo era Muñeco diabólico, con la salvaje y revitalizante La novia de Chucky. Convertido en una especie de versión oriental de Herbert West, Yu se aplica a la hora de re-animar otra franquicia moribunda, aunque sin resultados tan satisfactorios. Con todo, Freddy contra Jason se convierte fácilmente en la entrega más atractiva visualmente de la(s) saga(s): los angulosos y retorcidos planos, enfatizados por el formato scope; la fotografía de marcados tonos azulados de las escenas de vigilia, que contrasta con los intensos colores rojizos de las pesadillas, convirtiendo a la realidad en un paraíso en el que los protagonistan están a salvo y el mundo de los sueños en un infierno en el que se queman con las llamas de sus propios miedos (una alegoría subrayada por el maquillaje marcadamente diabólico de Freddy: las orejas puntiagudas, los ojos inyectados en sangre, la boca repleta de puntiagudos y ensangrentados colmillos); la construcción de imágenes tan atractivas como esa niña sin ojos que advierte a la protagonista, el grupo de adolescentes en coma que señalan a los jóvenes atrapados y que parece salida de La invasión de los Ultracuerpos o un Jason aún niño con la máscara de hockey puesta; o elaboradas escenas oníricas, especialmente memorable aquella en la que el protagonista se da cuenta de que se ha dormido y pide desesperadamente que le despierten.
A pesar del aplicado trabajo de Ronnie Yu, este no consigue sublimar un guión que evidencia sus desesperados intentos para conseguir llegar a una nueva generación de espectadores pero, a la vez, no puede evitar los lugares comunes. Cuando, finalmente, Jason y Freddy se enfrentan y son presentados con una canción de heavy metal, el espectador tiene que afrontar la verdad: está presenciando un combate de pressing catch, tan espectacular y salvaje como, en el fondo, mecánico y previsible.
No resulta difícil hacer una lectura metalingüística de Freddy contra Jason. De igual manera que un olvidado Freddy necesita la presencia (y las acciones) de Jason para volver a recuperar su poder (el cual, recordemos, se sustenta en el miedo. Como si fuera un postmoderno Hombre del Saco salido de los callejones nocturnos de los barrios residenciales suburbanos, Freddy necesita que le recuerden, que le teman. Ya en la primera entrega, Nancy conseguía vencerle dándole -literalmente- la espalda), tras el descalabro de La nueva pesadilla de Wes Craven y pasados casi diez años, la figura de Freddy es una sombra del pasado de la que nadie se acuerda, perdiendo todo su poder en las taquillas. Para recuperarlo, necesita de la ayuda de un extranjero: Si Jason viene de una saga cinematográfica paralela, Ronnie Yu lo hace de un país allende los mares.
Ronnie Yu pertenece al selecto grupo de directores hongkoneses (encabezado por John Woo y completado con Tsui Hark y Ringo Lam) que en los 90 aterrizaron en Estados Unidos para intentar revitalizar el cine de acción y que, aunque hoy en día parece que nadie quiere reconocerlo, dieron lugar a películas harto interesantes. Sin ir más lejos, el propio Ronnie Yu consiguió resucitar una saga tan acabada como lo era Muñeco diabólico, con la salvaje y revitalizante La novia de Chucky. Convertido en una especie de versión oriental de Herbert West, Yu se aplica a la hora de re-animar otra franquicia moribunda, aunque sin resultados tan satisfactorios. Con todo, Freddy contra Jason se convierte fácilmente en la entrega más atractiva visualmente de la(s) saga(s): los angulosos y retorcidos planos, enfatizados por el formato scope; la fotografía de marcados tonos azulados de las escenas de vigilia, que contrasta con los intensos colores rojizos de las pesadillas, convirtiendo a la realidad en un paraíso en el que los protagonistan están a salvo y el mundo de los sueños en un infierno en el que se queman con las llamas de sus propios miedos (una alegoría subrayada por el maquillaje marcadamente diabólico de Freddy: las orejas puntiagudas, los ojos inyectados en sangre, la boca repleta de puntiagudos y ensangrentados colmillos); la construcción de imágenes tan atractivas como esa niña sin ojos que advierte a la protagonista, el grupo de adolescentes en coma que señalan a los jóvenes atrapados y que parece salida de La invasión de los Ultracuerpos o un Jason aún niño con la máscara de hockey puesta; o elaboradas escenas oníricas, especialmente memorable aquella en la que el protagonista se da cuenta de que se ha dormido y pide desesperadamente que le despierten.
A pesar del aplicado trabajo de Ronnie Yu, este no consigue sublimar un guión que evidencia sus desesperados intentos para conseguir llegar a una nueva generación de espectadores pero, a la vez, no puede evitar los lugares comunes. Cuando, finalmente, Jason y Freddy se enfrentan y son presentados con una canción de heavy metal, el espectador tiene que afrontar la verdad: está presenciando un combate de pressing catch, tan espectacular y salvaje como, en el fondo, mecánico y previsible.
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