
D.: Wes Anderson
I.: Gene Hackman, Angelica Huston, Ben Stiller, Gwyneth Paltrow

Presentada como un simulacro de adaptación literaria, Los Tenenbaums. Una familia de genios se compone de una serie de capítulos que, a su vez, están divididos en un grupo de tiras cómicas cuya punch line final está envuelta de un tono melancólico que dota al chiste de un halo de extrañamiento cuyo objetivo es descolocar al espectador. Cada plano del film parece confeccionado como si fuera una ilustración de ese supuesto libro adaptado (o una viñeta de esa supuesta tira cómica): los actores ocupan su lugar en el encuadre y se mantienen estáticos mientras recitan sus frases a la vez que los múltiples detalles del escenario confiere al diálogo y a la escena una irónica cualidad artificial (potenciada por el hecho de que los personajes van vestidos con las misma ropa durante todo el metraje como si esta fuese parte misma de su identidad, otro rasgo adoptado de los comics). El surrealismo con el que el espectador recibe las diferentes acciones de los protagonistas es debido al distanciamiento, al regio control del tono que Wes Anderson imprime a cada escena del film, despojándolo de cualquier elemento emotivo, ya sea en sus hallazgos más extravagantes (los simulacros de incendio con los que Chas pone a prueba a sus hijos o la accidentada resolución de la boda entre la madre de los hermanos Tenenbaums y su pretendiente) como en los más trágicos (el intento de suicidio de uno de los personajes). Así, Los Tenenbaums. Una familia de genios parece sufrir la misma enfermedad de sus protagonistas: una película cuya propia genialidad parece avocarla a una existencia triste y melancólica.

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