D.: Abel Ferrara
I.: Tom Berenger, Billy Dee Williams, Jack Scalia, Melanie Griffith
Convertido en los 90 en un director de prestigio crítico gracias a películas como Teniente corrupto, La adicción o El funeral, los comienzos de Abel Ferrara están en las antípodas de ese cine de autor con el que alcanzó reconocimiento. Salido de las entrañas del cine de explotación, la carrera de Ferrara es un claro ejemplo de que entre el cine de serie B y underground y las salas de arte y ensayo no hay más que un paso. Tras debutar en el cine pornográfico (9 Lives of a Wet Pussy, rodada con el psudónimo de Jimmy Boy L y en la que el propio Ferrara interpretaba un papel, eso sí, sin participar en las escenas de sexo), sus dos siguientes películas se inscribirían en el cine de terror más violento y sórdido propio de los 70 (las hoy en día de culto, El asesino del taladro y Ángel de venganza). Ciudad del crimen, su siguiente film, parece alejarse del género terrorífico para adentrarse en el terreno del thriller, pero en realidad no llega a abandonar del todos los elementos más importantes del subgénero explotation de sus anteriores films: la violencia y el sexo.
Los títulos de crédito del film nos sitúa en la vida nocturna de la Gran Avenida neoyorquina de los 80. Un escaparate de luces de neón, carteles y señales luminosas con un único objetivo: vender sexo. Locales de strip-tease, barras americanas, peep-shows, salas X; la ciudad de Nueva York convertida en una resplandeciente babilonia en la que el hombre de la calle puede satisfacer todos sus deseos por un módico precio. Este escenario fue habitual del cine de terror de la época (Aullidos, Maniac o ¿Dónde te escondes, hermano?, por ejemplo) y, además, le permite a Ferrara mostrar con detenimiento y atento detalle el trabajo de las chicas que ofrecen su cuerpo a cambio de un salario (aquellos que estén interesados en conocer las cualidades exhibicionistas de la mujer de Antonio Banderas en su juventud, ésta es su película) en una serie de excelentes secuencias musicales. La aparición de un psicópata dispuesto a purificar las calles, atacando a las bailarinas, aporta el decisivo componente terrorífico (las secuencias de los ataques están planificadas al estilo de un film slasher, destacando la agresión en el andén del metro).
Tom Berenger es el habitual superviviente católico de la filmografía de Ferrara, quien arrastra un pasado de pecados violentos (siendo boxeador, le quitó la vida a su oponente en el ring) y sentimentales (su truncada relación amorosa con Griffith) cuya culpa parece encerrarle en esta ciudad criminal, vagando de local en local y negociando con el cuerpo de la chica a la que quiere pero que no puede tener, mientras cada noche observa como un grupo de desconocidos se la van arrebatando poco a poco con sus lascivas miradas. La búsqueda y el enfrentamiento con el psicópata le servirá para calanizar toda la rabia y la frustración que anida en su interior para dar salida a una catarsis con la que expiar todas sus culpas: las violentas (la pelea con el psicópata) y las emocionales (el rescate de su chica).
Los títulos de crédito del film nos sitúa en la vida nocturna de la Gran Avenida neoyorquina de los 80. Un escaparate de luces de neón, carteles y señales luminosas con un único objetivo: vender sexo. Locales de strip-tease, barras americanas, peep-shows, salas X; la ciudad de Nueva York convertida en una resplandeciente babilonia en la que el hombre de la calle puede satisfacer todos sus deseos por un módico precio. Este escenario fue habitual del cine de terror de la época (Aullidos, Maniac o ¿Dónde te escondes, hermano?, por ejemplo) y, además, le permite a Ferrara mostrar con detenimiento y atento detalle el trabajo de las chicas que ofrecen su cuerpo a cambio de un salario (aquellos que estén interesados en conocer las cualidades exhibicionistas de la mujer de Antonio Banderas en su juventud, ésta es su película) en una serie de excelentes secuencias musicales. La aparición de un psicópata dispuesto a purificar las calles, atacando a las bailarinas, aporta el decisivo componente terrorífico (las secuencias de los ataques están planificadas al estilo de un film slasher, destacando la agresión en el andén del metro).
Tom Berenger es el habitual superviviente católico de la filmografía de Ferrara, quien arrastra un pasado de pecados violentos (siendo boxeador, le quitó la vida a su oponente en el ring) y sentimentales (su truncada relación amorosa con Griffith) cuya culpa parece encerrarle en esta ciudad criminal, vagando de local en local y negociando con el cuerpo de la chica a la que quiere pero que no puede tener, mientras cada noche observa como un grupo de desconocidos se la van arrebatando poco a poco con sus lascivas miradas. La búsqueda y el enfrentamiento con el psicópata le servirá para calanizar toda la rabia y la frustración que anida en su interior para dar salida a una catarsis con la que expiar todas sus culpas: las violentas (la pelea con el psicópata) y las emocionales (el rescate de su chica).
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