USA, 1975. 93m. C.
D.: Walter Hill P.: Lawrence Gordon G.: Walter Hill, Bryan Gindoff & Bruce Henstell, basado en una idea de Bryan Gindoff & Bruce Henstell I.: Charles Bronson, James Coburn, Jill Ireland, Strother Martin F.: 2.35:1
Si nos fijamos en el título español de la primera película de Walter Hill y lo sumamos al protagonismo de un actor tan codificado (de manera apresurada, con todo) como es Charles Bronson podríamos llegar a la errónea conclusión de que El luchador supone una muestra prototípica del cine de acción más tendencioso de la época. Pero si nos detenemos en el título original, éste definirá mejor, como es habitual, el contenido del film. Ambientada durante la Gran Depresión norteamericana y situada en la ciudad de Nueva Orleans, El luchador nos retrata, sin duda, unos tiempos difíciles, como bien ejemplifica el arranque del film: un plano fijo que nos muestra como se acerca un tren, en el cual, a modo de polizón, viaja Chaney. La lentitud de la máquina y la tranquilidad con la que Chaney baja del vagón que ocupa antes de que el tren llegue a la estación nos describe la parsimonia con la que el protagonista vive una vida marcada por la pobreza y el día a día.
La Gran Depresión es un escenario permanente a pesar de estar situado en segundo plano. Walter Hill se centra en las clases más desfavorecidas, un grupo de perdedores que no pueden perder el tiempo lamentando los tiempos que les ha tocado vivir, porque están preocupados por buscar la forma de resistir cada día. Ya en su ópera prima, el futuro director de La presa huye de lo intelectual para centrarse en lo material: las acciones por encima de la reflexión. Sin ningún tipo de teorización, en el momento en el que vemos como Chaney se ofrece como luchador en peleas clandestinas nos refleja los duros ambientes en los que se mueven los personajes, quienes se tienen sólo a sí mismos y sus habilidades para defenderse.
En este sentido funciona la elección del reparto, en el que Hill antepone, como será usual en su carrera, la caracterización física por encima de los valores interpretativos, consciente de que el valor de un actor no lo mide únicamente su talento como el escenario en el que se le coloca. Así, el rostro rocoso pero arrugado de Charles Bronson define a su personaje sin necesidad de ningún estudio psicológico: la dureza de sus facciones nos informa de un físico curtido a base de golpear y ser golpeado, mientras que las arrugas que las surcan son carreteras de una existencia larga habituada a esquivar obstáculos. Incluso Hill utiliza el pasado del popular actor para terminar de construir su rol: el laconismo de Chaney le convierte en la reencarnación del Hombre de la Armónica que Bronson interpretara en la extraordinara Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone (quien también aparecía por primera vez tras apearse de un tren): si en aquella se decía que él no hablaba, sino que tocaba, en El luchador se puede utilizar esa misma definición con una ligera variante: Chaney no habla, sino que golpea.
En El luchador encontramos ya el proceso de estilización al que Hill somete a sus acercamientos genéricos pero, en esta ocasión, no aplicado al entorno, como sucederá en la hipnótica Driven, sino en el esquematismo de sus personajes, de los cuales no tenemos más información que los movimientos presentes que observamos, como si su presencia fuese un producto de los duros tiempos que nos relatan: cuando el "doctor" Poe le hace una revisión física, llega a la conclusión de que si Chaney es tan buen luchador no es por su técnica, sino porque es una máquina de ingeniería diseñada para la supervivencia. Por esa razón, las escenas de peleas son planteadas por Hill sin ningún tipo de aditivo, planificándolas de igual manera que el resto de las secuencias: estos momentos de acción, para Chaney, es una prolongación natural de su existencia.
La presencia de Speed, mánager de Chaney que se encarga de organizarle las peleas y mover las apuestas, encarnado por James Coburn, otro actor célebre por sus interpretaciones en el western, nos plantea el recorrido genérico habitual en la filmografía de Hill. Si Chaney representa el cine de acción/artes marciales, Speed resulta un icono propio del cine de gangsters: un vividor cuya integridad física está perpetuamente hipotecada a base de pedir préstamos a la mafia sin importarle las consecuencias de retrasarse en los pagos.
De esta manera, a través del cine de género, El luchador ofrece, de manera sutil pero decidida, una visión especialmente pesimista de esos "tiempos difíciles", así como la imposibilidad de huir de ellos: Chaney dice que sólo peleará para conseguir el dinero necesario para continuar su viaje, pero cuando lo ha conseguido no le importará desprenderse de la mayoría, como si, una vez conseguido, ya no tuviera ningún valor; con las victorias de Chaney, Speed gana la cantidad que necesita para saldar sus deudas, pero, en seguida, lo pierde todo al jugárselo a los dados, como si forzara su suerte para que, inevitablemente, tuviera que volver a las peleas. El luchador finaliza en el mismo escenario en el que arrancaba con la diferencia de que ahora es de noche, subrayando el nihilismo de la propuesta: el dibujo de dos personajes dando vueltas dentro de un círculo vicioso del que, posiblemente, ellos mismos no quieran salir.
La Gran Depresión es un escenario permanente a pesar de estar situado en segundo plano. Walter Hill se centra en las clases más desfavorecidas, un grupo de perdedores que no pueden perder el tiempo lamentando los tiempos que les ha tocado vivir, porque están preocupados por buscar la forma de resistir cada día. Ya en su ópera prima, el futuro director de La presa huye de lo intelectual para centrarse en lo material: las acciones por encima de la reflexión. Sin ningún tipo de teorización, en el momento en el que vemos como Chaney se ofrece como luchador en peleas clandestinas nos refleja los duros ambientes en los que se mueven los personajes, quienes se tienen sólo a sí mismos y sus habilidades para defenderse.
En este sentido funciona la elección del reparto, en el que Hill antepone, como será usual en su carrera, la caracterización física por encima de los valores interpretativos, consciente de que el valor de un actor no lo mide únicamente su talento como el escenario en el que se le coloca. Así, el rostro rocoso pero arrugado de Charles Bronson define a su personaje sin necesidad de ningún estudio psicológico: la dureza de sus facciones nos informa de un físico curtido a base de golpear y ser golpeado, mientras que las arrugas que las surcan son carreteras de una existencia larga habituada a esquivar obstáculos. Incluso Hill utiliza el pasado del popular actor para terminar de construir su rol: el laconismo de Chaney le convierte en la reencarnación del Hombre de la Armónica que Bronson interpretara en la extraordinara Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone (quien también aparecía por primera vez tras apearse de un tren): si en aquella se decía que él no hablaba, sino que tocaba, en El luchador se puede utilizar esa misma definición con una ligera variante: Chaney no habla, sino que golpea.
En El luchador encontramos ya el proceso de estilización al que Hill somete a sus acercamientos genéricos pero, en esta ocasión, no aplicado al entorno, como sucederá en la hipnótica Driven, sino en el esquematismo de sus personajes, de los cuales no tenemos más información que los movimientos presentes que observamos, como si su presencia fuese un producto de los duros tiempos que nos relatan: cuando el "doctor" Poe le hace una revisión física, llega a la conclusión de que si Chaney es tan buen luchador no es por su técnica, sino porque es una máquina de ingeniería diseñada para la supervivencia. Por esa razón, las escenas de peleas son planteadas por Hill sin ningún tipo de aditivo, planificándolas de igual manera que el resto de las secuencias: estos momentos de acción, para Chaney, es una prolongación natural de su existencia.
La presencia de Speed, mánager de Chaney que se encarga de organizarle las peleas y mover las apuestas, encarnado por James Coburn, otro actor célebre por sus interpretaciones en el western, nos plantea el recorrido genérico habitual en la filmografía de Hill. Si Chaney representa el cine de acción/artes marciales, Speed resulta un icono propio del cine de gangsters: un vividor cuya integridad física está perpetuamente hipotecada a base de pedir préstamos a la mafia sin importarle las consecuencias de retrasarse en los pagos.
De esta manera, a través del cine de género, El luchador ofrece, de manera sutil pero decidida, una visión especialmente pesimista de esos "tiempos difíciles", así como la imposibilidad de huir de ellos: Chaney dice que sólo peleará para conseguir el dinero necesario para continuar su viaje, pero cuando lo ha conseguido no le importará desprenderse de la mayoría, como si, una vez conseguido, ya no tuviera ningún valor; con las victorias de Chaney, Speed gana la cantidad que necesita para saldar sus deudas, pero, en seguida, lo pierde todo al jugárselo a los dados, como si forzara su suerte para que, inevitablemente, tuviera que volver a las peleas. El luchador finaliza en el mismo escenario en el que arrancaba con la diferencia de que ahora es de noche, subrayando el nihilismo de la propuesta: el dibujo de dos personajes dando vueltas dentro de un círculo vicioso del que, posiblemente, ellos mismos no quieran salir.
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