USA, 2010. 108m. C.
D.: Darren Aronofsky P.: Scott Franklin, Mike Madavoy, Arnold Messer & Brian Oliver G.: Mark Heyman, Andres Heinz & John J. McLaughlin, basado en una idea de Andres Heinz I.: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Barbara Hershey F.: 2.35:1
De manera coherente, Cisne negro comienza con la representación de la introducción del acto primero del popular ballet El lago de los cisnes, escrito por el compositor ruso Piotr Ílich Chaikovski, la cual le sirve a Aronofsky para presentar al espectador los ingredientes con los que dará forma a la que es su mejor película hasta la fecha: la figura de Nina aparece en el centro de la pantalla, rodeada de la más impenetrable oscuridad, iluminada directamente por un foco. A los sones de la música empieza a mover su cuerpo con frágiles movimientos. Lo que podría ser una representación ortodoxa se rompe por dos puntos: por un lado, el compositor Clint Mansell introduce unos arreglos electrónicos que perturba la celebérrima composición, convirtiéndo las notas en el preludio del horror; por otro, Aronofsky compone un plano subjetivo con cámara temblequeante acercándose a la bailarina por su espalda, como si ese horror que nos había anunciado la música se hiciera físico en la forma del malvado mago Rothbart, convertido aquí en un ser monstruoso, casi un elfo oscuro, quien baila violentamente con Nina, zarandeándola de un lado para el otro, hasta que la abandona mientras ella se dirige, aleteando sus brazos, hacia la luz, como si fuera una puerta directa al Más Allá. Ya desde su prólogo, Cisne negro parte de la fragilidad del ballet para radiografiar el viaje existencial de su protagonista a través de los códigos del cine de terror.
Cisne negro comienza con un sueño para tornarse, a medida que trascurre el metraje, en una pesadilla. A lo largo de la película se nos muestra repetidas veces a su protagonista tumbada en su cama o sentada en el suelo, subrayando el tono onírico de todo el relato, como si Nina permaneciera en una constante ensoñación fragmentada por la intrusión de la realidad: su vida reducida a un espejo en el que refleja sus más personales ambiciones y que se va resquebrajando poco a poco por la insurreción de sus más íntimos miedos. No nos ha de extrañar, por tanto, que en Cisne negro abunden las escalofriantes alucinaciones o las visiones más terroríficas, pues no son más que el síntoma de un relato subjetivado hasta el extremo: vemos el mundo en el que se mueve Nina a través de sus ojos, desde el interior de su cabeza, compartiendo sus alegrías y sus tristezas, sus ansiedades y sus temores.
Una perspectiva mental que encuentra un perfecto complemento en una puesta en escena de marcada fisicidad a la hora de retratar las interioridades de una compañía de ballet. Aronofsky nos muestra que la consumación de la belleza sólo es posible a través del sacrificio del cuerpo: las delicadas, casi etéreas composiciones de las bailarinas tienen su contrapartida en las imágenes de sus talones enrojecidos, sus dedos cubiertos con tiritas o sus uñas partidas por la mitad. La propia Nina, con su anoréxico físico, da la impresión de ser literalmente chupada, succionada, por el ballet, al cual se entrega completamente. El rugoso grano que lucen las imágenes, así como el constante nerviosismo de una cámara en contínuo movimiento marca los contínuos saltos que Cisne negro efectúa entre lo alucinatorio y lo sangriento: la metamorfosis que se va produciendo en su cuerpo es la consecuencia directa de los cambios que se producen en su propia mente.
El cuerpo de Nina, siempre enfundado en prendas o bien blancas o de suaves colores pastel, es la representación principal de su pureza, encerrada en una infancia perpétua (su habitación luce un monocromo color rosa; los peluches que rodean su cama; su vergüenza a la hora de tratar temas sexuales). Los pasos que su consciencia da hacia la oscuridad se manifiesta en la corrupción de esa pureza, a través de heridas que van rompiendo su cuerpo. Un viaje que toma forma carnal a través de la figura del doppelgänger, aquí concentrado en el personaje de Lily quien, con sus ropas negras y su actitud desinhibida, representa el doble negativo de Nina. De esta manera, Cisne negro supone tanto el retrato de una compañía de ballet que está representando El lago de los cisnes como la propia adaptación de esa misma obra, mostrando como el cisne blanco (Nina) es convertido en el cisne negro (en Lily) por obra de un brujo que la corrompe (el coreógrafo Thomas Leroy).
Darren Aronofsky dirige esta crónica de una identidad escindida como si fuese una historia que nunca antes se haya contado. Como si películas como Repulsión, Carrie, Suspiria o Perfect Blue, cuyas sombras planean insistentemente a lo largo del film, no existieran. El resultado es una perspectiva tan ingenua como profundamente personal, certificando el gusto del director de Requiem por un sueño por impactar, casi diríamos noquear, al espectador a través de la agresividad y visceralidad de su puesta en escena, pero también su inevitable gusto por lo tremendista, por los golpes de efecto, en su búsqueda del sobresalto directo y fácil. Así, Cisne negro supone una centrifugadora de los sentidos esquizoide, basculando entre lo subliminal (los excelentes efectos de sonido que contribuyen, y no poco, a la tensa atmósfera; las parpadeantes apariciones del cisne negro camufladas bajo las narcóticas luces estroboscópicas de una discoteca) y la obviedad (los diabólicos reflejos que nos muestran lo que realmente está pasando; la utilización de efectos digitales para visualizar lo metafórico).
Durante el ensayo del acto final de la obra de Chaikovski, Nina, situada en una elevada plataforma, tiene que lanzarse al vacío para simbolizar el suicidio de su personaje. A pesar de que en el suelo hay colocado un colchón para amortiguar su caída, Nina vacila, mostrando su miedo a la caída. Representación de la postura de un director que con Cisne negro ha alcanzado la cúspide de su talento (los últimos minutos del film son una arrolladora muestra de cine en estado puro en su sentido más visceral, agresivo y libre) pero que, en el último momento, ha sentido el vértigo del genio y no se ha atrevido a lanzarse al vacío.
Cisne negro comienza con un sueño para tornarse, a medida que trascurre el metraje, en una pesadilla. A lo largo de la película se nos muestra repetidas veces a su protagonista tumbada en su cama o sentada en el suelo, subrayando el tono onírico de todo el relato, como si Nina permaneciera en una constante ensoñación fragmentada por la intrusión de la realidad: su vida reducida a un espejo en el que refleja sus más personales ambiciones y que se va resquebrajando poco a poco por la insurreción de sus más íntimos miedos. No nos ha de extrañar, por tanto, que en Cisne negro abunden las escalofriantes alucinaciones o las visiones más terroríficas, pues no son más que el síntoma de un relato subjetivado hasta el extremo: vemos el mundo en el que se mueve Nina a través de sus ojos, desde el interior de su cabeza, compartiendo sus alegrías y sus tristezas, sus ansiedades y sus temores.
Una perspectiva mental que encuentra un perfecto complemento en una puesta en escena de marcada fisicidad a la hora de retratar las interioridades de una compañía de ballet. Aronofsky nos muestra que la consumación de la belleza sólo es posible a través del sacrificio del cuerpo: las delicadas, casi etéreas composiciones de las bailarinas tienen su contrapartida en las imágenes de sus talones enrojecidos, sus dedos cubiertos con tiritas o sus uñas partidas por la mitad. La propia Nina, con su anoréxico físico, da la impresión de ser literalmente chupada, succionada, por el ballet, al cual se entrega completamente. El rugoso grano que lucen las imágenes, así como el constante nerviosismo de una cámara en contínuo movimiento marca los contínuos saltos que Cisne negro efectúa entre lo alucinatorio y lo sangriento: la metamorfosis que se va produciendo en su cuerpo es la consecuencia directa de los cambios que se producen en su propia mente.
El cuerpo de Nina, siempre enfundado en prendas o bien blancas o de suaves colores pastel, es la representación principal de su pureza, encerrada en una infancia perpétua (su habitación luce un monocromo color rosa; los peluches que rodean su cama; su vergüenza a la hora de tratar temas sexuales). Los pasos que su consciencia da hacia la oscuridad se manifiesta en la corrupción de esa pureza, a través de heridas que van rompiendo su cuerpo. Un viaje que toma forma carnal a través de la figura del doppelgänger, aquí concentrado en el personaje de Lily quien, con sus ropas negras y su actitud desinhibida, representa el doble negativo de Nina. De esta manera, Cisne negro supone tanto el retrato de una compañía de ballet que está representando El lago de los cisnes como la propia adaptación de esa misma obra, mostrando como el cisne blanco (Nina) es convertido en el cisne negro (en Lily) por obra de un brujo que la corrompe (el coreógrafo Thomas Leroy).
Darren Aronofsky dirige esta crónica de una identidad escindida como si fuese una historia que nunca antes se haya contado. Como si películas como Repulsión, Carrie, Suspiria o Perfect Blue, cuyas sombras planean insistentemente a lo largo del film, no existieran. El resultado es una perspectiva tan ingenua como profundamente personal, certificando el gusto del director de Requiem por un sueño por impactar, casi diríamos noquear, al espectador a través de la agresividad y visceralidad de su puesta en escena, pero también su inevitable gusto por lo tremendista, por los golpes de efecto, en su búsqueda del sobresalto directo y fácil. Así, Cisne negro supone una centrifugadora de los sentidos esquizoide, basculando entre lo subliminal (los excelentes efectos de sonido que contribuyen, y no poco, a la tensa atmósfera; las parpadeantes apariciones del cisne negro camufladas bajo las narcóticas luces estroboscópicas de una discoteca) y la obviedad (los diabólicos reflejos que nos muestran lo que realmente está pasando; la utilización de efectos digitales para visualizar lo metafórico).
Durante el ensayo del acto final de la obra de Chaikovski, Nina, situada en una elevada plataforma, tiene que lanzarse al vacío para simbolizar el suicidio de su personaje. A pesar de que en el suelo hay colocado un colchón para amortiguar su caída, Nina vacila, mostrando su miedo a la caída. Representación de la postura de un director que con Cisne negro ha alcanzado la cúspide de su talento (los últimos minutos del film son una arrolladora muestra de cine en estado puro en su sentido más visceral, agresivo y libre) pero que, en el último momento, ha sentido el vértigo del genio y no se ha atrevido a lanzarse al vacío.
3 comentarios:
Personalmente, además de ser una pelicula potentisima en todos los aspecto si creo que Cisne Negro va lejos, muy lejos al atrapar al espectador tal y como lo hace y sin las trampas de por ejemplo Requien por un sueño, no termino de comprender a que te refieres con que Aronofsky no va lo bastante lejos, supongo que el tema estará en que no he visto tanto cine como tú y tengo por asi decirlo más "capacidad de impacto" porque esta peli me dejo realmente tocado.
Fallida película. Pudiendo hacer un cine de terror de primera división se sigue empeñando en hacer cine de autor de 2ªB. Me interesaba especialmente el tema del esfuerzo psicológico que representa adentrarse en terrenos artísticos que no son tuyos por naturaleza, para perfeccionarte como artista. Pues nada, al final tan interesante tema lo ha empleado como vil excusa para montarse su escenita de pesadilla y su videoclip postmoderno. Falta de desarrollo dramático y psicológico en el personaje de Nina. Eso sí, la Portman inmensa.
El final no está nada mal y casi salva los muebles, pero vamos que si Aronofski fuera, al menos, congruente con su propio EFECTISMO, el final hubiera sido Nina tirándose fuera del colchón y partiéndose el cuello, justo después del plano emocionado de la madre. Pero no, después de intentar epatar toda la peli, tiene que ser un final para todos los públicos. Ni eso.
Que se busque un guionista pero ya, porque dirigir sabe y bastante.
FER
Yo no veo tan diferentes "Requiem por un sueño" de "Cine negro". A ambas le pierde el tremendismo de su director, la principal diferencia está en que aquí no se utiliza ese tremendismo para construir un pueril discurso moralista.
MARIANO
Yo no me atrevería a decir que "Cisne negro" es un film fallido poque la que creo es su objetivo principal, el impacto, lo alcanza y por mucho. Sí creo, eso sí, que Aronofsky le debe mucho a Portman, Clint Mansell y el equipo de efectos de soniso.
Me hace gracia que digas lo del guión porque precisamente "Cisne negro" no está escrita por Aronofsky. Pero estoy de acuerdo en que Aronofsky tiene mucho talento.
Un saludo a todos.
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