viernes, 26 de marzo de 2010

Pesadilla en Elm Street


(A Nightmare On Elm Street)
USA, 1984. 91m. C.
D.: Wes Craven
I.: John Saxon, Ronee Blakley, Heather Langenkamp, Amanda Wyss

Freddy Krueger es un icono más social que cinematográfico, todo un mito de la cultura popular que ha desarrollado una ingente cantidad de merchandising, el cual no sólo ha prolongado su figura más allá de la pantalla, sino que la ha reformulado. A través de los cómics, las novelas, las series de TV., los vídeo-clips, los juegos (de cualquier tipo), las figuras y muñecos varios, disfraces, revistas, y un largo etcétera, el personaje en cuestión ha ido mutando, y ha llevado a la gran pantalla todos estos cambios. Dejaremos para un (absurdo) estudio sociológico los motivos por los cuales un personaje creado para aterrorizar y matar adolescentes se ha llegado a convertir en un héroe para esa misma juventud a la que diezma en la pantalla. Más interesante me resulta el tomar la figura de Krueger como modelo de la e(in)volución del cine de terror comercial (USA, si se prefiere): ese discurrir que parte de un género serio y oscuro, cuyo objetivo es perturbar a su público, para terminar en un circo de tres pistas lleno de acrobacias y estruendo. Es por todo lo aquí apuntado que siempre resulta gratificante el recuperar la Pesadilla en Elm Street original y revivir los tiempos en los que Freddy se llamaba Fred (pocas veces una variación de un nombre ha significado tanto); las mangas del jersey no llevaban rayas verdes y el guante con cuchillas en los dedos era algo más que un adorno fetichista. Es decir, cuando Fred(dy) daba miedo de verdad.

Una de las principales bazas del film es jugar con las expectativas de su público potencial: Pesadilla en Elm Street se estrena en 1984. A esas alturas, la saga de Viernes 13 ha estrenado cuatro entregas y la de Halloween, tres (aunque la tercera no debería contar aquí); por otro lado, films como El asesino de Rosemary, Prom Night o San Valentín sangriento ya han arrastrado a miles de adolescentes al cine; incluso se ha estrenado Psicosis II. El regreso de Norman para horror de muchos. Es decir, el cine de psichokiller para adolescentes, iniciado con las seminales películas de Sean S. Cunningham y John Carpenter domina claramente el género de terror. Wes Craven factura un film que se adscribe argumental y visualmente a ese género y utilizará sus códigos para manipular (en el mejor de los sentidos) a su público: al comienzo del film, cuando los tres protagonistas están reunidos en casa, se oye un ruido en el exterior, como si alguien arañara un objeto metálico. El mismo sonido que dicen haber oído en sus pesadillas. Cuando los tres deciden investigar el sonido, Craven sabe que su público piensa que posiblemente sea el asesino, pues éste aún no ha sido mostrado: para el espectador no avisado, puede ser otro loco con máscara de Halloween.

En este sentido, resulta paradójico que siendo esta primera entrega la más concisa y austera de la saga (lejos del espectáculo pirotécnico de posteriores títulos de la serie), sea la más fantástica. Una de las más recurrentes (y recurridas) definiciones del género fantástico es que consiste en la invasión, perturbación, de lo familiar por lo sobrenatural. Fred Krueger es un ente sobrenatural, un espectro vengador del Más Allá que atrapa a sus víctimas en un terreno en el que se sienten seguras, protegidas, para llevarlas al suyo propio. Y es que el espacio, el escenario, cobra una gran importancia en Pesadilla en Elm Street.

El espíritu de Krueger sólo tiene sentido si creen en él. Si le temen. Por eso toma como objetivo a los adolescentes: éstos, lejos del frontal escepticismo de los adultos, tienen una visión del mundo más sencilla, casi pura, que les lleva a creer ya no sólo en lo que ven, sino en lo que intuyen y en lo que oyen (en un momento de la película se llega a identificar a Krueger con el "Hombre del Saco", al igual que ocurría con Michael Myers en La noche de Halloween, remitiendo a los temores colectivos del subconsciente). Para lograr ese temor, esa angustia casi existencial en sus víctimas que mejor que invadir su territorio, demoler lo familiar, lo conocido. Así, los ataques de Krueger se realizan siempre en un escenario aparentemente seguro para los protagonistas (la muerte de Tina (Amanda Wyss) se produce en el porche de su casa; el ataque a Rod (Nick Corri) en su celda; el acoso de Nancy (Heather Langenkamp) en la bañera o de Glen (Johnny Depp) en su habitación) pero que se transformará en un entorno sucio y desconocido, en una trampa (estén donde estén, ya sea en el colegio o en su propia casa, las víctimas de Krueger acaban acorraladas en la fábrica de éste, un pesadillesco laberinto de pasillos y tuberías, lleno de humedad y herrumbre, en el que las sombras lo cibre -y esconde- todo). A medida que Krueger va matando a más jóvenes, y al mismo tiempo, los supervivientes le van temiendo más, su poder crece y se expande, ya no sólo pudiendo transformar el escenario de sus víctimas, sino que directamente lo puede modificar: en una escena, cuando Nancy, huyendo de Freddy, entra en casa y sube las escaleras, sus pies se hunden en los escalones, como si caminara sobre arenas movedizas. Es posible que el objetivo final de Krueger sea el penetrar y manipular la realidad. Eso explicaría la última media hora de la película, sin duda, lo más audaz que ha dirigido Craven en su carrera.

En su parte final, aparentemente, Craven incurre en una serie de incongruencias narrativas que, en las mayoria de las ocasiones, han sido tildadas de fallos por diversos aficionados o críticos. Esta posición, sin duda producto de una mirada tan superficial como perezosa del objeto de estudio, no deja de sorprenderme, sobre todo aplicada a una película que juega constantemente con la dualidad entre realidad/sueño, en la que, en muchas ocasiones, se pretende despistar al espectador. La polémica empieza en una escena en concreto: Nancy está aparentemente despierta cuando contesta al teléfono y este se transforma en la lengua de Fred. Podría ser un error de Craven quien, a la hora de retorcer la trama, se ha liado. La cosa podría quedar ahí si no fuera porque el enfrentamiento final entre Nancy y Krueger se libra en la realidad, y aún así ocurren una serie de hechos decididamente irreales (por ejemplo, la despedida de la madre o la aparición-de-la-nada de Krueger bajo las sábanas). Por no hablar del epílogo, extraño y en absoluto convencional. Da la impresión de que, a esas alturas del metraje, el poder de Krueger es tal, que no conoce fronteras: puede contaminar el mundo real, transformando toda la existencia en una experiencia onírica. En este contexto, los personajes pueden estar dormidos sin saberlo, inmersos en un sueño del que jamás llegan a despertar (lo que convertiría a la película en un juego de cajas chinas, de sueños dentro de sueños). De esta manera, y anticipándose a las heroínas de las secuelas, Nancy se convertiría en una Dream Warrior, para acabar erigiéndose en una Dream Master, modificando su vida a su antojo y transformándola en algo perfecto. Algo imposible, pues el territorio de lo onírico está bajo el poder de Krueger, y él siempre saldrá victorioso jugando en casa.

No quisiera terminar esta reseña sin dedicar unas líneas a los auténticos "malos" de Pesadilla en Elm Street. No me refiero al asesino de las garras de metal, sino a los adultos, concretamente, los padres de los protagonistas. En este sentido, estamos ante una película profundamente generacional, pues Nancy y sus jóvenes amigos viven acosados por los errores de sus padres. Éstos forman un oscuro grupúsculo con armarios repletos de esqueletos, y en su temor, en su cobardía, son incapaces de ayudar a sus hijos, de salvarlos (Tina es atacada por Krueger cuando su madre se ha marchado con su novio, dejándola sola; la madre de Nancy espanta sus fantasmas con alcohol y encierra a su hija en su propia casa; los padres de Glen impiden que Nancy pueda hablar con él, propiciando que éste se duerma). Se puede ver una pequeña crítica a ese cinismo de las apariencias que tanto se asocia con Estados Unidos, con ese retrato de los barrios suburbiales en los cuales todos los vecinos se sonríen, saludan cuando se ven y preparan barbacoas, mientras en el sótano esconden el más horrendo de los secretos (la madre de Nancy esconde las cuchillas de Krueger en la caldera situada en el sótano). En realidad, Fred Krueger no es más que la corporeización (meta)física del sentimiento de culpa de los adultos de la calle Elm.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Extraordinaria crítica.
Jorge de zaragoza

Stranno dijo...

Como dirían Los Simpsons: "es como ver Viernes 13 primera parte, es ingenua para el nivel actual"

Y a mí es lo que me producen estas películas de los 80. Se me asemejan más a la comedia que al terror. Y pongo incluso en cuestión que alguna vez que hubiera dado miedo, incluso en su día (claro, que con 1 año ... :-P)

Aunque lo hemos discutido alguna vez te digo lo de siempre, la caracterización física -el maquillaje y todo eso- de Freddy Krueger me parece malísima, tanto en esta como en las películas siguientes -sobre todo en esas-, deberían haberle dejado siempre como un personaje en la sombra, los momentos en los que se le ve la cara y habla directamente con los chavales me parecen ridículos o_O

José M. García dijo...

JORGE:
Gracias por tus palabras. Por si te interesa, estáte atento porque voy a repasar toda la saga de Freddy.

ÁNGEL:
PESADILLA 1 sigue siendo inquietante hoy en día, porque explota muy acertadamente tanto los miedos colectivos del subconsciente como la vulnerabilidad que sentimos cuando estamos dormidos.

Por un lado si me hubiera gustado que las siguientes entregas hubieran apostado por el terror, pero entonces seguro que Freddy no sería el icono que es hoy en día (y apartir de la PESADILLA 5 sí se intentó volver al Freddy más oscuro).

El maquillaje de Freddy me encanta (sobre todo cuando se hizo cargo Kevin Yagher) y la saga siempre voló muy alto en lo que a FX se refiere (gracias al apoyo de New Line).

Por cierto, la primera VIERNES 13 también se mantiene muy bien hoy en día.