UK/Alemania/USA, 1994. 111m. C.
D.: Joel Coen P.: Ethan Coen G.: Ethan Coen, Joel Coen & Sam Raimi I.: Tim Robbins, Jennifer Jason Leigh, Paul Newman, Charles Durning
No resulta difícil localizar los referentes de los que parte El gran salto. En este sentido, resulta una película muy agradecida por parte del crítico más perezoso, pues, a parte de permitirle dar rienda suelta a su (supuesta) erudición cinematográfica, puede llenar líneas y líneas de texto simplemente enumerando dichas referencias. Sin ir más lejos, la primera escena ya nos sitúa en terreno conocido en (al menos) dos puntos: la panorámica aérea sobre los rascacielos que conforman una urbe ampliamente desarrollada de finales de los 50, bajo un cielo nocturno punteado por los blancos copos de nieve que caen sobre los edificios, mientras una voz en off (que bien podría pertenecer al mismo Dios, como veremos en los últimos minutos de metraje) aporta un tono fabulador propio de un relato moral, nos trae a la memoria el clásico de Charles Dickens Cuento de Navidad; de igual manera que, a su vez, esos gigantescos edificios, con su arquitectura moderna y grandilocuente (ese enorme reloj que preside la sede de la compañía Hudsucker, con sus agujas convertidas en una espada de Damocles sobre la cabeza de los trabajadores y del resto de habitantes de la ciudad que preside) parecen sacados de la Metrópolis de Fritz Lang.
Sin duda, entre las virtudes de El gran salto está la de ser un título honesto, hasta el punto de incluir en sus títulos de crédito la clave del sentido del film: la participación de Sam Raimi tanto en labores de escritura del guión como haciéndose cargo de la segunda unidad marca el histérico tono del que hace gala el conjunto. La relación entre los hermanos Coen y el realizador de Darkman (recordemos que Joel Coen colaboró en el montaje de Posesión infernal) se vuelve aquí más estrecha que nunca, hasta el punto de que con El gran salto en no pocas ocasiones tenemos la impresión de encontrarnos antes ante un trabajo de Raimi que de los Coen (años después se daría la situación inversa con Un plan sencillo, aunque, en este caso, con resultados más estimables).
No resulta descabellado, aunque en un principio pudiera parecerlo, resumir El gran salto como un cruce entre el cine de Frank Capra (especial, e inevitablemente, Qué bello es vivir) y Ola de crímenes, ola de risas (en cuyo guión participaron, sí, Joel y Ethan Coen). Aunque también podríamos nombrar Terroríficamente muertos pues el objetivo de los Coen, al igual que el de Raimi en los títulos citados, parece ser trasladar el huracanado estilo de los cartoon de la Warner a una propuesta de imagen real, repitiendo así la jugada de Arizona Baby con la diferencia de que, en esta ocasión, se profundizan en las bases de ese estilo, con referencias a los principios de la comedia clásica: las escenas desarrolladas en la redacción de un periódico y que sirven de presentación de la periodista Amy Archer, convertida por Jennifer Jason Leigh en una ametralladora de palabras, nos remite a una screwball comedy tan ejemplar como es Luna nueva, así como continuos apuntes al slapstick más histérico aprovechando la torpeza del protagonista, Norville Barnes. Tras Muerte entre las flores y Barton Fink, El gran salto confirma la fijación de sus realizadores por las etapas clásicas del cine hollywoodiense aunque, como si fuera el capítulo final del viaje, la inmersión en el sótano del edificio Hudsucker nos introduce en las laberínticas tripas de acero de Brazil. Así pues, el exceso supone la seña de identidad de El gran salto, como si el hecho de ser su primera producción para un gran estudio les diera carta blanca a los Coen para hacer todo lo que se les pasa por la cabeza (el gratuito episodio del sueño de Barnes).
Sin carecer de buenos momentos (la caída del presidente de la empresa Hudsucker desde lo alto de su ciclópeo edificio, convertido en la quintaesencia del slapstick; la perversa idea de que el movimiento de las agujas del reloj que preside la fachada del rascacielos marca el ritmo de la vida de los ciudadanos, literalmente; o, muy especialmente, la larga escena que retrata la caída y posterior auge del hula hoop, marcada por la excelente composición de Carter Burwell), el resultado final de El gran salto acaba resultando demasiado pesado en su incesante vocación circense. El naïf juego desarrollado por Richard Knerr y Arturo Melin en 1957 (y que en la película es inventado por Barnes) supone la perfecta metáfora del limitado alcance de El gran salto, un producto estilizado, sencillamente atractivo y de estructura circular que gira alrededor de un enorme y profundo vacío.
4 comentarios:
Sé que te va a sonar raro, pero es una de mis películas favoritas de los Coen. No sé, será que están desmelenados, o que el momento en que la vi se me quedó marcado... Tengo que revisarla de todas formas; puede que el tiempo me haya quitado la razón...
Un saludo...
Hola DVD. No creas que es tan raro, hay mucha gente que opina como tú. Hay una etapa de los Coen -la comprendida por "Muerte entre las flores", "Barton Fink" y "El gran salto"- en la que se volvieron demasiado manieristas, cerebrales y autoindulgentes, y me molesta un poco. Prefiero "Sangre fácil", "Fargo" o incluso "El gran Lebowsky", esta última una comedia muy alocada, pero con un tono más contenido.
Un saludo.
Jajaja... Manda huevos... ¡Acabas de nombrar mis tres favoritas de una tacada!...
No es la mejor de Coen, pero yo recuerdo habérmelo pasado en grande y haber soltado bastante carcajadas.
Aunque es posible que su tono excesivamente cómico y bizarro puede echar atrás a más de uno (me recordó muchísimo al cine de Sam Raimi)
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