USA, 2007. 91m. C.
D.: Gregory Wilson P.: William M. Miller & Andrew van den Houten G.: Daniel Farrands & Philip Nutman, basado en la novela de Jack Ketchum I.: Blythe Auffarth, Daniel Manche, Blanche Baker, Grant Show F.: 1.78:1
Dentro de la industria cinematográfica americana son habituales la realización de copias de bajo presupuesto cuyo destino natural es el mercado doméstico y que intentan aprovechar el reclamo de producciones de mayor renombre. Una práctica con la que facturar tanto clones de los grandes blockbusters como para aprovechar las oportunidades sensacionalistas de determinados films de temática criminal. Así, si el Zodiac de David Fincher o La dalia negra de Brian de Palma tuvieron su contrapartida en Zodiac: La maldición y La dalia negra, ambas dirigidas por el experto Uli Lommel (quien se encargó también de Son of Sam, exploit de la estupenda S.O.S Summer of Sam (Nadie está a salvo de Sam) de Spike Lee), una película como An American Crime, basada en un escalofriante caso real, no podía ser menos y, así, en el mismo año del estreno del film protagonizado por Catherine Keener y Ellen Page se presentó The Girl Next Door.
Al igual que An American Crime, The Girl Next Door relata el triste destino de Sylvia Likens, quien con 17 años fue torturada y vejada sexualmente hasta la muerte por la familia que cuidaba de ella y de su hermana, pero, al contrario que la primera, no se inspira directamente en el caso real, sino que utiliza el libro escrito por Jack Ketchum como filtro ficcional. Esta diferencia cambia totalmente el tono del film, pues no se ve en la obligación de escenificar con absoluta verosimilitud los hechos narrados, admitiendo todo tipo de licencias dramáticas. De esta manera, The Girl Next Door evita el dibujo sociológico de las penurias económicas por las que pasaba una madre soltera y que explicaban, que no justificaban, las acciones de Gertrude Baniszewski (cuyo nombre ha sido cambiado por el de Ruth), convertida en una despiadada réplica de la cruel madrastra habitual de los cuentos de hadas y cuyo ensañamiento con la pobre chica (aquí llamada Meg) parece producto de una visceral animadversión.
Libre de las ataduras con la realidad, The Girl Next Door se centra en los aspectos más morbosos de la historia, explotando la humillación a la que es sometida Meg tanto por Ruth como por sus hijos (a quienes se suman los amigos de éstos) de manera más directa a como lo hacía la película de Tommy O'Haver, con escenas tan incómodas como Meg siendo colgada por las muñecas y desnudada delante de todos; uno de los hijos de Ruth violándola delante del resto o la brutal ablación genital que Ruth le practica con un soplete (eso sí, en las antípodas gráficas de la tremenda Anticristo). Inevitablemente, The Girl Next Door acaba resultando una propuesta más extrema que An American Crime, aunque sea por la vía más directa, beneficiada además por el anónimo rostro golpeado de Blythe Auffarth, carente de la reconocible belleza de Ellen Page.
Lo más interesante de The Girl Next Door reside en su punto de partida: la película adopta el punto de vista de uno de los chicos implicados en las torturas de Meg quien, ya adulto y marcado por la culpa, rememora el pasado. Por este camino, la película podía haberse convertido en una variante de Terciopelo azul, con el protagonista descubriendo y siendo arrastrado por el mal encerrado en la casa de al lado, síntoma de la corrupción bajo la que se asienta su Lumberton particular. Desgraciadamente, The Girl Next Door acaba repitiendo los errores de An American Crime: la imposibilidad, o cobardía, para mostrar el horror en toda su macabra dimensión, limitándose a ofrecer un catálogo de atrocidades cuyo impacto se ve notablemente mermado por un trabajo de planificación insípido y carente de personalidad, próximo a la profiláctica limpieza de un telefilm.
Al igual que An American Crime, The Girl Next Door relata el triste destino de Sylvia Likens, quien con 17 años fue torturada y vejada sexualmente hasta la muerte por la familia que cuidaba de ella y de su hermana, pero, al contrario que la primera, no se inspira directamente en el caso real, sino que utiliza el libro escrito por Jack Ketchum como filtro ficcional. Esta diferencia cambia totalmente el tono del film, pues no se ve en la obligación de escenificar con absoluta verosimilitud los hechos narrados, admitiendo todo tipo de licencias dramáticas. De esta manera, The Girl Next Door evita el dibujo sociológico de las penurias económicas por las que pasaba una madre soltera y que explicaban, que no justificaban, las acciones de Gertrude Baniszewski (cuyo nombre ha sido cambiado por el de Ruth), convertida en una despiadada réplica de la cruel madrastra habitual de los cuentos de hadas y cuyo ensañamiento con la pobre chica (aquí llamada Meg) parece producto de una visceral animadversión.
Libre de las ataduras con la realidad, The Girl Next Door se centra en los aspectos más morbosos de la historia, explotando la humillación a la que es sometida Meg tanto por Ruth como por sus hijos (a quienes se suman los amigos de éstos) de manera más directa a como lo hacía la película de Tommy O'Haver, con escenas tan incómodas como Meg siendo colgada por las muñecas y desnudada delante de todos; uno de los hijos de Ruth violándola delante del resto o la brutal ablación genital que Ruth le practica con un soplete (eso sí, en las antípodas gráficas de la tremenda Anticristo). Inevitablemente, The Girl Next Door acaba resultando una propuesta más extrema que An American Crime, aunque sea por la vía más directa, beneficiada además por el anónimo rostro golpeado de Blythe Auffarth, carente de la reconocible belleza de Ellen Page.
Lo más interesante de The Girl Next Door reside en su punto de partida: la película adopta el punto de vista de uno de los chicos implicados en las torturas de Meg quien, ya adulto y marcado por la culpa, rememora el pasado. Por este camino, la película podía haberse convertido en una variante de Terciopelo azul, con el protagonista descubriendo y siendo arrastrado por el mal encerrado en la casa de al lado, síntoma de la corrupción bajo la que se asienta su Lumberton particular. Desgraciadamente, The Girl Next Door acaba repitiendo los errores de An American Crime: la imposibilidad, o cobardía, para mostrar el horror en toda su macabra dimensión, limitándose a ofrecer un catálogo de atrocidades cuyo impacto se ve notablemente mermado por un trabajo de planificación insípido y carente de personalidad, próximo a la profiláctica limpieza de un telefilm.
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