Japón, 1999. 115m. C.
D.: Takashi Miike P.: Satoshi Fukushima & Akemi Suyama G.: Daisuke Tengan, basado en la novela de Ryû Mirakami I.: Ryo Ishibasi, Eihi Shiina, Tetsu Sawaki, Jun Kunimura
Aunque el pase de la extravagante Fudoh dentro del marco de la IX Semana de Cine Fantástico y de
Terror de San Sebastián que tuvo lugar en 1998 ya despertó la curiosidad de
ciertos espectadores acerca de un, hasta ese momento, desconocido director
japonés llamado Takashi Miike, no sería hasta cuatro años después cuando,
gracias al estreno (limitado, eso sí) en salas españolas de la película que nos
ocupa, el nombre del director de la trilogía Dead or Alive empezaría a resultar habitual entre los aficionados
al cine fantástico en particular y los cinéfilos con inquietudes en general.
Mucho ha llovido desde entonces, y hoy en día Miike se ha convertido en una
presencia imprescindible en los certámenes de género especializados, como el
mencionado de San Sebastián o Sitges, llegando incluso a competir por la Palma
de Oro en Cannes. Miike parece haber dejado atrás las numerosas producciones de
bajo presupuesto directas al mercado videográfico y ha encontrado su lugar
dentro de la industria nipona, haciéndose cargo de importantes y exitosas
superproducciones, y despertando la admiración de compañeros de profesión
internacionales, como el propio Quentin Tarantino.
En su momento, Audition
se publicitó subrayando su carácter extreme, su condición de desafío al aguante
del espectador aficionado ante una propuesta radical y que prometía llevarle a
terrenos descarnados y oscuros apenas visitados. Todo esto es cierto, pues Audition supone un ejemplo de cine de
terror extremo, cuyo objetivo no es, como es habitual en las muestras más
convencionales del género, hacer pasar un buen rato a su público a través de la
simulación de una experiencia terrorífica, sino agredirles con esa misma
experiencia: Miike no busca nuestra empatía con los protagonistas del film,
haciendo que su dolor se refleje en nosotros, sino transmitir ese mismo dolor,
convirtiéndonos en sus víctimas. Pero, aunque lo más celebrado de la película sea
su media hora final, allí donde el reino del horror se hace físico a través de
un minucioso y espantoso ritual que mezcla carne, sangre, sadismo y catarsis
existencial, no es esto lo más inquietante. Después de todo, cuando el miedo
adquiere forma, por insoportable que ésta sea, pierde ese elemento que, antes
que asustarnos, nos inquieta, nos produce un temor profundo e inexplicable cuyo
núcleo se encuentra en nuestro subconsciente: el miedo a lo desconocido, a
aquello que perturba nuestro mundo, pues no conseguimos aprehenderlo con nuestras
propias manos ni catalogarlo, pues escapa a cualquier análisis racional.
Si bien a la hora de definir la cuidada estructura de la que
hace gala Audition se la ha
comparado con una serpiente que muda la piel, siempre he pensado que las
intenciones de Miike son el preparar una imperceptible trampa en la que el
espectador quedará, irremediablemente, atrapado. El prólogo empieza a colocar
los primeros elementos de la misma: una escena situada en un hospital, donde el
protagonista, Aoyama, observa sin que pueda hacer nada por evitarlo como la
vida de su mujer se apaga. Un instante que obliga al espectador, consumidor
habitual de explosivas muertes a través de una pantalla de cine, a enfrentarse
a la muerte en su estado más natural, más realista. Las imágenes que nos
muestran el rostro de la moribunda, con la mirada perdida, mientras su marido
le coge tiernamente la mano, como si, de alguna manera, quisiera retenerla con
él, mantenerla viva, resultan tan escalofriantes como conmovedores, un
sentimiento subrayado por el pudoroso plano cenital que nos aleja de una pareja
ya rota por la irracional lógica de la vida.
A partir de este punto, Audition
adquiere un tono realista a través de una puesta en escena aparentemente
clásica, acorde con la vida monótona e insustancial de un hombre maduro que,
tras perder a su esposa, se ha volcado en el cuidado de su hijo y en su carrera
profesional, encontrando el éxito en ambas facetas, pero que ha renunciado a
sus propias motivaciones sentimentales, como si la defunción de su esposa se
hubiera llevado con ella su pasión por vivir. Sus compañeros de trabajo hablan
de Japón como de una ciudad muerta, habitada por ciudadanos solitarios y su
propio hijo, ya adolescente, le insiste en que se tiene que buscar una nueva
pareja. Así, lejos de los contornos habituales de una película de terror,
durante su primera hora Audition
parece tomar la forma de una bonita historia de amor otoñal desde el momento en
el que Aoyama conozca a la joven Asami a través de una audición preparada por
él y un amigo suyo de cara a que pueda conocer chicas. Audition adquiere, entonces, un ritmo reposado, siguiendo los
diferentes encuentros entre ambos, a medida que se van conociendo y la pasión
nace entre ellos. Todo ello planificado por encuadres sólidos, sin movimientos
de cámara, desarrollando un ambiente relajado y familiar. En suma, seguro.
Pero será a partir de un suceso, que atañe a una
desaparición, cuando Miike empiece a enseñar sus cartas: en el momento en el
que un alterado Aoyama busca desesperado a la persona desaparecida, Miike rompe
esa planificación tranquila para seguir al protagonista con una cámara temblorosa,
con movimientos agresivos. Es entonces cuando el espectador es consciente de
que, lejos de estar asistiendo a un film de corte clásico, ha observado en todo
momento una narración subjetiva, condicionada por la perspectiva y el estado de
ánimo del protagonista. La iluminación neutra y naturalista que marcaba los
escenarios hasta ese momento es sustituída por unos angustiosos tonos rojizos y
los encuadres empiezan a torcerse consiguiendo que los escenarios por los que
se mueve Aoyama adquieran un aspecto amenazador. La trampa se cierra alrededor
del protagonista y nosotros quedamos encerrados con él pues, al igual que éste,
también hemos bajado nuestras defensas, tranquilizados por las plácidas
imágenes que discurrían ante nosotros, sin percatarnos, sin querer atender
quizás, a los avisos desplegados a lo largo del metraje.
No es casualidad que sea precisamente una de las secuencias
de planificación más agresiva y radical la que nos proporcione la información
que reescribirá todo lo que hemos visto hasta ese momento: a través de un
encadenado de flashes que pasan por la mente del protagonista en los que se
funden el pasado y el presente, a la vez que se confunde lo real con lo
imaginado, Miike llena los agujeros desplegados por el metraje: los perturbadores
insertos que nos mostraban a Asami esperando en su habitación, con una postura
inhumanamente estática, delante de un teléfono y un saco cuyo interior no deja
de moverse violentamente ; así como los extraños cortes de montaje que
ilustraban las citas entre Aoyama y Asami, utilizados para eliminar aquellos
datos de la segunda que no interesan al primero, adquieren la forma de oscuros
presagios, intentos de la realidad de romper el seductor sueño en el que vive
mecido el protagonista.
Hay quienes han encontrado el final de Audition excesivamente convencional y acomodaticio, como si su
director no se atreviera a llevar lo planteado a sus últimas consecuencias.
Efectivamente, así puede parecerlo, pero quizás esta decisión no sea sino una
engañosa actitud de retroceso de cara a cerrar su trampa, dejando a sus
protagonistas una salida entre tanta oscuridad porque sabe que, en determinadas
circunstancias, la muerte no es el mayor espanto al que se puede enfrentar el
hombre, sino el ver la realidad, su realidad, atacada, vulnerada, desprovista
de los asideros a los que podía agarrarse. Igualmente, mientras los títulos de
crédito surcan la pantalla, las luces se encienden y las puertas del cine se
abren, el espectador también es libre, puede salir y reencontrarse con ese mundo
que ha dejado a un lado durante dos horas. Sólo que ahora es distinto, porque
también han desaparecido esos seguros asideros. Miramos a nuestro alrededor y
no reconocemos lo que vemos y nos da miedo. Porque sabemos que va a ser así
para siempre.
3 comentarios:
Por fin me puse con tu breve lista así que la vi hace poco. Me aburrió. Pero no por Miike, que es un gran narrador en imágenes con mucha personalidad (parece estadounidense en esta peli) y con el talento importantísimo de sacar oro de lo que tiene, y la actriz que está genial (curiosamente menos inquietante en cuanto se quita la máscara), sino porque a mi estas historias me tienen sin cuidado. No tiene nada de lo que me gusta. Demasiado dramática, demasiado seria, demasiado tranquila, aunque reconozco que no es previsible y eso es vital a pesar de que eso a mucha gente no se lo parece así.
Perdona por responder tan tarde, he estado algo alejado del blog.
Pues bien que lo siento que no te haya gustado. Lo de que sea aburrida no eres el primero que lo dice y, hasta cierto punto, lo puedo entender que no compartir. Espero que, si no es esta, hayas encontrado algún título que te haya interesado.
Un saludo.
No pasa nada.
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