lunes, 17 de septiembre de 2012

Yakuza

(The Yakuza)
USA/Japón, 1974. 112m. C.
D.: Sydney Pollack P.: Sydney Pollack G.: Paul Schrader & Robert Towne, basado en una idea de Leonard Schrader I.: Robert Mitchum, Ken Takakura, Brian Keith, Herb Edelman

Posiblemente, Yakuza sea uno de los intentos más serios, y respetuosos, que haya realizado la cinematografía norteamericana a la hora de acercarse a la figura del yakuza, conocido comúnmente entre nosotros como la mafia japonesa aunque, como demuestra la película dirigida por Sydney Pollack, resulta más complejo, y misterioso, que eso. No ha de extrañarnos la rigurosidad de los planteamientos de los que hace gala el film, pues no en vano el guión viene firmado por dos expertos en la cultura japonesa como son los hermanos Schrader (1), Paul y muy especialmente Leonard, quien antes de escribir el guión había vivido durante cuatro años en Japón, trabajando como profesor de inglés, período en el que tomó contacto con la cultura yakuza (2). Es de este conocimiento de donde surge el sugestivo acercamiento que el film realiza a tan mítica, y mitificada, figura.

En Yakuza nos encontramos con un retrato externo y, a la vez, interno, del yakuza. Por un lado, la película evidencia una vocación didáctica, a modo de aplicado resumen de las características principales de una personalidad tan desconocida para el público occidental, a través de la visualización de los rituales propios de los clanes yakuza así como su pertinente explicación, a modo de libro de texto ilustrado -el prólogo del film nos muestra los movimientos de respeto y cortesía dentro de un mismo clan; las relaciones de dominación que se establecen entre los miembros de las familias, así como las responsabilidades de estos dentro de una sólida jerarquía; la importancia del giri, el deber, el peso de la deuda -moral, no económica- contraída con una persona; los medios de expiación de las culpas por un comportamiento deshonroso-. Todo un catálogo de gestos, acciones y palabras que ayudan a definir tan brumosa figura, evidenciando un método de conducta a la vez que una perspectiva vital que, en la extrañeza que produce en el espectador occidental, se encuentra también el germen de su fascinación.

Y es a través de ese código de conducta, unido, como decíamos, a un código vital, como Yakuza profundiza en esos valores, en esas acciones, para localizar el pulso de lo humano, de lo reconocible, medio por el cual el público ajeno a tan hermético universo puede conectar y comprender lo misterioso. Yakuza comienza con un texto que nos explica el origen de la palabra yakuza, formada por la transcripción de los números 8 (ya), 9 (ku) y 3 (za), cuya suma 20 supone la peor mano dentro de un popular juego de cartas nipón conocido como hanafuda. De esta manera, desde su origen etimológico, el yakuza está predestinado a ser una figura marcada por el fatalismo, encaminándose, irremediablemente, hacia un destino aciago. Es así como la estructura de thriller desarrollada por Pollack adquiere unos contornos amargos, dotando a sus protagonistas de una aureola trágica, seres atrapados por un pasado que les atenaza día a día, impidiéndoles moverse sino es a través de la senda de la culpa y del dolor que supone la búsqueda de la expiación de sus pecados (un tema muy grato en la obra, tanto como guionista como director de Paul Schrader): el retirado agente del FBI Harry Kilmer vive día a día con el recuerdo de la mujer a la que salvó la vida y de quien se enamoró, viéndose obligado a volver a su país y dejándola a ella y a su hija en Japón; el ex-yakuza Ken Tanaka arrastra el peso de la vergüenza desde el momento en el que un extranjero, Kilmer, salvó la vida de su familia.

Un panorama desesperanzado que dota a las secuencias de acción de un especial hálito trágico. Rodadas con el estilo directo y seco propio de su época, los enfrentamientos con armas de fuego de Kilmer y los duelos con katana de Ken no suponen sólo virtuosos ejemplos de acción y espectáculo, sino que suponen la manifestación más primigenia, más humana, de las pulsiones internas de sus protagonistas: destaquemos, por ejemplo, el momento en el que Kilmer acaba con uno de sus enemigos, vaciando el cargador de un revólver, marcando cada disparo con un plano distinto; o el tenso enfrentamiento de Ken con los guardaespaldas de su rival contrapunteado por esa herida que le recorre la espalda, seccionando en dos el tatuaje que la cubre, síntoma de la ruptura -o, al menos, el intento- con su pasado. Y es en estos detalles, en la búsqueda de un sentimiento en el interior de lo escabroso, donde Yakuza encuentra su tono: la escalofriante y, a la vez, emocionante secuencia final supone el hermoso retrato del valor de la amistad con el prójimo como exteriorización de la rectitud del camino personal.
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(1) Aunque la idea principal partió de Leonard, fueron los dos hermanos Schrader quienes escribieron los primeros borradores juntos. Posteriormente, Paul obligaría a su hermano a cederle el crédito en solitario, teniéndose que conformar Leonard con aparecer como el creador del argumento. La decisión de Pollack de contratar a Robert Towne para que potenciara los aspectos más románticos de la historia arruinó las intenciones de Paul de aparecer como único guionista del film.
(2) Paul Schrader, por Miguel Ángel Huerta Floriano. Ediciones Akal, S.A. 2008

2 comentarios:

Ryo Hazuki dijo...

Mítica esta gran película de los 70 una de mis favoritas de esa década, como bien as dicho en tu crítica es posiblemente uno de los mejores acercamientos que se a hecho a la figura del Yakuza en el cine occidental muy buena crítica Int y un gran blog que llevo siguiendo bastante tiempo, sus críticas siempre son muy interesantes y se aprende mucho con ellas.

Saludos :)

José M. García dijo...

Hola Ryo. Te agradezco tus palabras y me alegro de que el blog te sirva de utilidad. A pesar del año de producción (relativamente reciente) "Yakuza" desprende un cierto aroma a clásico muy agradable, especialmente por su tono sereno y adulto, no muy habitual en el cine comercial de hoy en día.

Un saludo.