viernes, 12 de abril de 2013

Posesión infernal (2013)


(Evil Dead)
USA, 2013. 91m. C.
D.: Fede Álvarez P.: Bruce Campbell, Sam Raimi & Robert G. Tapert G.: Fede Álvarez & Rodo Sayagues, basado en el guión de Sam Raimi I.: Jane Levy, Shiloh Fernandez, Lou Taylor Pucci, Jessica Lucas


En el contexto del revival por el cine de terror de los 70 en el que se ve inmerso el género en estos momentos (ya sea a base de remakes oficiales o la utilización de los códigos más evidentes), la nueva versión de Posesión infernal viene a cumplir el mismo propósito que parecía perseguir (de manera seguramente impremeditada) la película original estrenada en 1981: una descarga de energía en el corazón de los lugares comunes del género. Si, independientemente de los resultados, algo hay que valorar de la ópera prima de Fede Álvarez es su firme convicción en construir una película de terror sin concesiones con el espectador. En este sentido, la aparición del título es una meridiana declaración de principios: tras el pirotécnico prólogo, sin más prolegómenos, aparece el título, formado por gigantescas letras rojas que llenan toda la pantalla, con el fondo negro, mientras un esquizoide conjunto de cuerdas crispa los nervios de la platea. Una idea audiovisual parecida a la utilizada para Insidious y cuyo mensaje resulta claro: esto va en serio.

Y es que, a pesar de la convicción generalizada, el horror era la figura predominante en el original Posesión infernal. Si en las secuelas se acentuó el componente cómico -siempre, eso sí, dentro de los márgenes de lo macabro-, la película inicial suponía un vertiginoso viaje al núcleo de la demencia a través de su hiperbólico acercamiento al terror, la violencia y la propia gramática cinematográfica. En Posesión infernal, versión 2013, no hay lugar para los interludios cómicos o sentimentales: por si tuviéramos alguna duda, ahí está la figura de la novia de David, sin duda, el personaje menos desarrollado, como si subrayara su condición de cuerpo destinado al desmembramiento.

Esta mirada, digamos, seria coloca a Posesión infernal en un terreno inicial curioso: durante sus primeros minutos, el equipo de este remake parece perseguir como objetivo el realizar una versión dramatizada del original, dando un trasfondo a los personajes del que carecían en el arrollador debut de Sam Raimi: en esta ocasión no se trata de un grupo de amigos dispuestos a pasar un idílico fin de semana juntos en una cabaña aislada en un bosque de Tennessee. En el centro del nuevo grupo de cinco jóvenes se encuentra Mía, la protagonista indirecta de la película, hermana de David, y quien pasa por una turbulenta época de adicción a la heroína, con sobredosis incluida. Por tanto, el escenario es el antitético al de la propuesta de 1981: no se trata de un viaje de placer, sino de un esfuerzo solidario para sacar a una amiga y a una hermana de su propio infierno personal.

La primera vez que vemos a Mía es a través de un plano en ligero contrapicado, sentada en el capó de un coche. En sus manos sostiene un bloc en el que está dibujando el tenebroso bosque que la rodea. Un bosque invadido por una densa niebla que apenas nos deja entrever la negrura de los troncos de los árboles. El cielo permanentemente encapotado impide que se filtre ni un ligero rayo de sol que pudiera dañar la oscuridad que empapa el lugar. Tras tirar la única dosis que le quedaba en un pozo cercano, Mía se prepara para soportar el terrible síndrome de abstinencia que sufrirá en unas pocas horas. A raíz de estos datos, no es casualidad que Mía sea, precisamente, la primera víctima de las fuerzas diabólicas que serán despertadas en el bosque tras la lectura de un extraño libro encuadernado en piel humana encontrado en el sótano.

De esta manera, Posesión infernal plantea la posibilidad de que los brutales incidentes que tendrán lugar durante las próximas veinticuatro horas estén filtradas por la mirada alucinada y afectada de Mía. Una idea harto interesante que sustituiría el trasfondo sobrenatural de raíz lovecraftiana del original por una turbia crónica de sucesos: ¿los brutales asesinatos que tendrán lugar en el interior de la cabaña no serán producto de una psicosis colectiva provocada por la tensión y la claustrofobia consecuencia del estado de un ser querido que sufre sin que se le pueda ayudar? Después de todo, es ella quien les ruega que tienen que sacarla del bosque, porque hay algo malvado y amenazante en él, lo cual unido a la fascinación de uno de los chicos, Eric, por los arcanos escritos que intenta descifrar en el libro encontrado, forman un caldo de cultivo infernal.

Que el director y su guionista no apuren esta posibilidad, la cual se diluye a medida que la película se interna en el territorio de la convención, es la clave por la cual Posesión infernal se aleja de su modelo. Si, como decíamos líneas arriba, la Posesión infernal de los 80 suponía un pesadillesco descenso a la locura, subrayada a partir del momento en el que Ash se quedaba solo, la actual confecciona un intenso pero controlado carrusel del horror en el que los pies nunca abandonan el seguro y confortable suelo de la referencialidad (y no solo a la primera entrega de la saga Evil Dead, sino también a su primera secuela, Terroríficamente muertos: por ejemplo, el momento en el que uno de los jóvenes se ve obligado a cortarse su mano infectada).

Pero, aún así, parecen no haber entendido muy bien el sentido que en el título original tenía el uso desmedido del gore (lo cual, teniendo en cuenta que entre los productores se encuentran los pilares básicos de aquella: el director Sam Raimi, el productor Robert Tapert y el actor Bruce Campbell, nos aclara lo alejados que éstos están del espíritu de su propia obra), el cual no era un fin, sino parte del proceso de radicalización que Raimi y su equipo hacían de los arquetipos del cine de terror.

La electrizante energía de Posesión infernal, versión 1981, provenía del desasosiego que producía su capacidad para desmontar los principios narrativos del género para llevarlos al terreno del delirio exacerbado, lo cual no se puede decir de la versión que nos ocupa, la cual se conforma con desplegar una retorcida exhibición de atrocidades (notablemente gráficas y tremendistas, eso sí) pero sin levantar nunca el pie del freno, excepto en su clímax final, único instante en el que podemos entrever el descontrolado descenso a los infiernos que podía haber sido. Posiblemente, la diferencia entre la obra original y su copia esté en la que hay entre una producción calculada para colocarse en el primer puesto en la taquilla al menos el fin de semana de su estreno y la irreverencia de un adolescente dispuesto a revolucionar el cine de terror con la única arma de su descaro juvenil.



2 comentarios:

Txema SG dijo...

La verdad es que me gustó mucho. Funciona mucho mejor como película de terror que como remake (que hoy día es casi un genero por si mismo), tiene momentos muy perturbadores y visialmente es un balazo al espectador.

No me importaría una secuela.

José M. García dijo...

Pues estás de suerte, Yota, porque ya se ha confirmado el rodaje de la secuela, aunque ya han aclarado que no tendrá nada que ver con "Terroríficamente muertos".

Valoro su firme apuesta por el terror puro, pero acaba resultando muy convencional. Sobre todo a nivel visual, muy alejada de la arrolladora puesta en escena con la que Sam Raimi convirtió a la original en una pesadilla.