miércoles, 26 de septiembre de 2012

Mátalos suavemente

(Killing Them Softly)
USA, 2012. 97m. C.
D.: Andrew Dominik P.: Dede Gardner, Anthony Katagas, Brad Pitt, Paula Mae Schwartz & Steve Schwart G.: Andrew Dominik, basado en la novela de George V. Higgins I.: Brad Pitt, Scoot McNairy, Ben Mendelsohn, James Gandolfini

Una de las principales señas de identidad del género noir consiste en servir de reflejo (más o menos distorsionado) de la realidad socio-económica en la que surge. Esto, más o menos, se puede decir de cualquier película o, incluso, de cualquier obra de arte (pues, en mayor o menos medida, de manera más o menos premeditada, toda creación es hija de su tiempo). Pero en el género negro, al igual que ocurre con el cine de terror, esta cualidad se ve más acentuada por tener como principal foco de atención los impulsos más instintivos, violentos y desesperados del ser humano. O, al menos, era una característica propia de las muestras más, digamos, puras. En las últimas décadas, el noir se ha visto rodeado de una mirada postmoderna a través de la cual el género ya no miraba a su entorno sino a sí mismo o a sus ancestros. De este modo, difícilmente se puede considerar como género negro estrictamente hablando a títulos tan populares como Los intocables de Eliot Ness, Fuego en el cuerpo o Muerte entre las flores, siendo más bien artefactos cerebrales más o menos aplicados. Uno de los detalles más interesantes, y significativos, de Mátalos suavemente consiste en su intento por conciliar estas dos tendencias.

El inicio de la película dirigida por Andrew Dominik resulta ilustrativo de esta intención. La cámara sigue a un individuo que camina con la cabeza baja. La ropa que lleva y el desolado escenario que recorre, el interior de un oscuro túnel que da a un descampado vacío y desolado, con bolsas de plástico mecidas por el viento, nos lo presentan como un loser, un desarraigado de la sociedad que intenta buscar una solución, una salida, a su condición de desclasado. O, lo que es lo mismo, tiene la necesidad de encontrar su  lugar en una sociedad que, por ahora, le ha dado de lado.Frankie, nuestro hombre, pasa por delante de un cartel que anuncia el próximo debate televisivo entre los dos aspirantes a ocupar la Casa Blanca, el demócrata Barack Obama y el republicano John McCain. Frankie no presta atención al anuncio, como si su situación, atrapado en los pasillos subterráneos de la sociedad, le excluyera de los movimientos de la clase superiora. Por tanto, en escasos minutos, Dominik plantea el contexto social y económico en el que se van a mover sus personajes. Pero, a la vez, introduce también una mirada estética: toda la secuencia se ve interrumpida de manera intermitente por los títulos de crédito, presentados sobre un fondo negro y acompañados de una extraña y perturbadora música (o, quizás, habría que decir mejor sonidos) de corte industrial.

Basada en la novela Cogan's Trade, publicada en 1974 por el escritor norteamericano George V. Higgins, Mátalos suavemente parece buscar fusionar por un lado la mirada seca, directa y realista del cine americano que se realizaba en el momento en el que apareció la novela original, con la mirada irónica y esteticista propia de los tiempos en los que se hace la película. Así, encontramos dos tiempos contrapuestos a lo largo del metraje de la tercera película del director de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford: por un lado, la historia que se nos cuenta se ve reducida a una anécdota: la vendetta que se pone en marcha después de que Frankie y un amigo atraquen una sala de juego. A lo largo de una escasa hora y media, Dominik se centra en retratar los movimientos tanto de los perseguidores como de los perseguidos sin necesidad de ampliar el foco de acción con más personajes o situaciones; una concreción en lo que se cuenta que contrasta con la dilatación con la que se muestran esos movimientos: una atmósfera aletargada se adueña de todos los personajes, los cuales, con una actitud visiblemente cansada, se pierden en largos diálogos que muchas veces acaban reducidos al absurdo o introspectivos monólogos. De esta manera, Mátalos suavemente parece querer centrarse en el lado más cotidiano y más humano de una venganza emprendida por un grupo de gangsters, eliminando cualquier elemento glamourizador, y en el que un asesino a sueldo, en crisis por sus problemas personales, puede ser despedido debido a su negligencia profesional.

Una postura minimalista que, sin embargo, diverge con la ampulosa puesta en escena de la que hace gala el film, más atenta a conseguir un esforzado ejercicio formal que lleve la marca de su director que en contar la historia que nos ha planteado. Una contradicción que queda perfectamente ejemplificada en las muestras de violencia que salpican la trama de Mátalos suavemente: el grupo que ha sido víctima del robo sospecha de la posible culpabilidad de uno de los suyos. Para asegurarse, envían a dos matones para que le hagan hablar. Así, el sospechoso recibe una brutal paliza bajo una lluvia inmisericorde. Es un momento descarnado, casi insoportable, en el que se acentúa la fisicidad del acto a través de la intensificación de los efectos de sonido (remarcando los terribles sonidos de un puño impactando con fuerza sobre la carne de otra persona) y las consecuencias en el organismo de la víctima, totalmente desestabilizado por los golpes hasta el punto de acabar vomitando. Una secuencia, por tanto, escalofriantemente hiperrealista que es negada, sin embargo, minutos después por el asesinato con arma de fuego de ese mismo personaje y que es escenificado con una pièce de résistance manierista en la que el uso obsesivo de la cámara lenta y de la música dota al instante de una cualidad embellecedora, casi operística: la bala saliendo del cañón del arma; los casquillos expulsados que rompen, como si fuera cristal, las gotas de la lluvia; la sangre congelada que surge de los impactos en el cuerpo; la cabeza golpeando el parabrisas mientras este se agrieta como si fuera una tela de araña.

A lo largo de todo el metraje, los discursos de los aspirantes a presidente de los Estados Unidos suponen el permanente fondo sonoro que acompaña a los personajes, ya sea a través de la televisión o de la radio. Y aunque ellos parezcan en todo momento ajenos a dichos discursos, perdidos en su espiral de violencia, inevitablemente estos acaban integrándose en lo que dicen y en lo que hacen, convirtiéndoles en las ruedas pequeñas que, no obstante, con su movimiento dan fuerza a un mecanismo gigantesco. Resulta memorable, en este sentido, las palabras con las que el mercenario Jackie Cogan cierra la película, reduciendo tanto sus sangrientas acciones como la ideología de todo un país a motivos puramente económicos, convirtiendo a Mátalos suavemente en un violento microcosmos que sirve de metáfora de las despiadadas decisiones políticas que pueden llevar a la ruina a una nación... o al mundo entero.

5 comentarios:

Jero Piñeiro dijo...

A mí me parece una cinta estimable hasta cierto punto (dirección, fotografía, interpretaciones), pero fallida en el global. Funciona escena por escena (no se puede negar que algunas son ciertamente impactantes), pero en conjunto me parece dispersa, carente de foco. Gran parte de la culpa la tiene el guión: más allá de la premisa argumental (que yo creo que daba para mucho más), son los larguísimos diálogos sin chicha los que tiran del film hacia las profundidades. Por momentos me dio la impresión de que Dominik pretendía imitar el estilo de los Coen o Tarantino y no lo conseguía porque carece de esa chispa literaria que los mentados sí tienen (por discutibles que sean algunos de sus guiones). Y luego está el discurso final, con esa verbalización tan obvia del subtexto socio-económico de la película: ¿de verdad hacia falta que Cogan lo resumiera absolutamente todo en una sola frase? ¿No es eso cargarse cualquier atisbo de sutileza, impedir que el espectador pueda sacar sus propias conclusiones?

Javier dijo...

Conocía bastante poco de esta película, pero los anuncios televisivos han hecho que me diera buena espina. Por eso, después de tu reseña me la apunto para el futuro (cuando salga en DVD, porque yo las salas de cine ya las tengo abandonadas del todo).

José M. García dijo...

Hola Jero. Yo también tengo mis dudas acerca de la película aunque pienso lo contrario de lo que expones. El guión me parece bastante interesante (si bien yo también creo que los diálogos pueden resultar un poco agotadores aunque, antes que en Tarantino y los Coen quizás habría que echar un vistazo a la novela original a ver si proceden de ahí) y lo que no me acaba de convencer es el trabajo de dirección, excesivamente estilizada y con un punto artificioso.

En cuanto a la sentencia final de Cogan, bueno, no es que la película haya presumido de sutilidad hasta ese momento (la contínua inclusión de los debates de Obama y McCain resulta bastante obvia) pero yo creo que como broche queda muy bien, sobre todo por la interpretación de Pitt.

Un saludo.

Hola Javier. A pesar de los reparos que hemos indicado Jero y yo, "Mátalos suavemente" es una película sumamente recomendable. Intente verla cuando pueda. Una lástima que todo este boom de películas de superhéroes le haya pillado ya tan alejado de las salas. Quién las hubiera pillado hace unos años, ¿verdad?

Un saludo.

Txema SG dijo...


No me gustó. Se me hizo larga pese a durar 97 minutos, buenos diálogos a la par que innecesarios entre Pitt y Gandolfini.

Al menos es "realista" y termina como tiene que acabar, sin florituras.

José M. García dijo...

Hola Yota. Vaya, compruebo que la película no ha satisfecho a todo el mundo. Y sí, a pesar de su ajustada duración, el ritmo lento del film hace pensar que dura más. Un buen ejemplo de la relatividad del tiempo en el cine. Visto la importancia que tienen yo creo que los diálogos no sólo no son innecesarios, sino que son la esencia. Otra cosa, claro, es que el espectador busque otra cosa.

Lo mejor, coincido, el final, que fue lo que me decidió a decantarme por la parte positiva de la balanza.

Un saludo.