lunes, 14 de mayo de 2012

Martha Marcy May Marlene

(Martha Marcy May Marlene)
USA, 2011. 102m. C.
D.: Sean Durkin P.: Antonio Campos, Patrick Cunningham, Chris Maybach & Josh Mond G.: Sean Durkin I.: Elizabeth Olsen, Hugh Dancy, Sarah Paulson, John Hawkes

Las primeras imágenes de Martha Marcy May Marlene nos colocan en un espacio idílico: una pequeña comunidad aislada del mundanal ruido de la ciudad, un grupo de personas viviendo juntas en contacto directo con la naturaleza. Los hombres reparando o construyendo la casa de madera en la que viven; las mujeres colgando la ropa lavada al aire libre para que se seque o cosiendo sentadas a la sombra del porche de la vivienda; el niño que juega descalzo con su pelota. Un ambiente casi paradisíaco que se rompe con las secuencias que vienen a continuación. La luminosidad del exterior es sustituida por la oscuridad de los interiores. Cuando vemos a los hombres comiendo juntos mientras las mujeres esperan a que terminen para que les llegue el turno para poder alimentarse nos vemos inmersos en una angustiosa comunidad fuertemente jerarquizada. Una sensación acrecentada por la imagen que nos muestra una habitación llena de cuerpos durmiendo. La importancia de este comienza no solo estriba en presentarnos el punto de partida de la huida de su protagonista, la joven Martha, intentando escapar de la secta en la que se ha visto sumergida los dos últimos años de su vida, sino establecer la naturalidad con la que lo ordinario puede esconder la sombra de lo turbulento.

Y esta transformación es reflejada por el director Sean Durkin a través de una mirada limpia que aúna objetividad y subjetividad, a la búsqueda de reflejar sin caer en en una fácil mirada morbosa tanto la convivencia en el seno de una secta como transmitir las consecuencias que esta vivencia tiene en la protagonista. Durkin se centra en dos puntos argumentales a la hora de desarrollar la historia que cuenta Martha Marcy May Marlene: el choque entre el estilo de vida de la hermana de Martha y su marido, quienes la acogen en su hogar, un estilo de vida que podríamos definir como aceptado, "normal", y las enseñanzas que Martha ha adquirido en la secta (Martha se baña en el lago situado cerca de la casa completamente desnuda delante de su hermana y su marido; se acuesta en la cama de ambos mientras están haciendo el amor); y el temor de Martha a que sus antiguos compañeros la localicen y se la lleven de nuevo, haciendo daño a su escasa familia.

Para ello, Durkin despliega dos elementos narrativos: la utilización del scope le sirve para colocar a su protagonista en los amplios espacios en los que vive, subrayando cada rincón, cada habitación y cada esquina como un lugar amenazante, tanto por lo que se pueda esconder en ellos como por su propia vacuidad intrínseca. Una de las figuras estilísticas recurrentes en Martha Marcy May Marlene consiste en colocar a Martha en primer plano difuminando el resto del encuadre, enfatizando de esta manera la incógnita en la que vive, moviéndose por un terreno completamente desconocido y, por tanto, amenazante. El segundo elemento al que aludíamos consiste en la continua fragmentación temporal de los hechos narrados, mezclando el pasado de Martha viviendo en la secta como el presente en la casa de su hermana.

El objetivo de esta mezcla no viene dada para informarnos de dicho pasado, sino que sirve como testimonio de la fractura mental en la que vive encerrada la protagonista. De ahí que no podamos hablar de flashbacks, pues esta mezcla se muestra con naturalidad como si, antes que recordar su pasado, Martha saltara continuamente entre su éste y el presente, viéndose arrastrada una y otra vez de vuelta al origen de sus pesadillas. De esta manera, también, Durkin equipara las rígidas y deshumanizadoras normas de la secta encabezada por el escalofriante gurú Patrick y la existencia anclada en las apariencias y el éxito material. En suma, Martha ha salido de una sórdida cárcel de madera (en la cual las mujeres son violadas haciéndoles creer que están pasando por un ritual de purificación) para quedar encerrada de nuevo en una lujosa prisión de oro. Es por esto que Durkin, a la hora de saltar de un espacio temporal a otro, en numerosas ocasiones nos coloca en el terreno de la incertidumbre, sin que sepamos al principio en qué momento estamos: ¿estamos en peligro? ¿podemos dormir con tranquilidad? ¿o acaso eso no existe?

Es por este camino por el cual Martha Marcy May Marlene se convierte en una angustiosa película de terror, haciendo universal los miedos de su personaje principal. Lo que nos cuenta Sean Durkin no es el difícil proceso de integración de un frágil ser alienado por su traumática experiencia en el interior de una secta, sino la paulatina desintegración de los pilares que sostienen su percepción de la realidad: cuando unos ruidos en la noche pueden ser las pisadas de unos intrusos invadiendo el hogar; el timbre del teléfono la señal de alarma de un peligro inminente. El momento en el que los movimientos de los demás son un indicio constante de hostilidad, de amenaza, dejamos de vivir y nos convertimos en muertos vivientes vaciados de cualquier atisbo emocional. Porque, después de todo, cuando el peligro, la incertidumbre y la angustia se convierten en la definición de nuestra existencia cotidiana ¿esta merece seguir llamándose vida?.


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