(Halloween II)
USA, 1981. 92m. C.
D.: Rick Rosenthal P.: John Carpenter & Debra Hill G.: John Carpenter & Debra Hill I.: Jamie Lee Curtis, Donald Pleasence, Charles Cyphers, Jeffrey Kramer
Haciendo gala de una concisión heredada de las habilidades de su productor y guionista, la primera secuela de La noche de Halloween (cuyo parentesco nos fue extrañamente ocultado por los distribuidores españoles en su estreno en nuestro país) consigue en sus primeros cinco minutos tanto presentar una justificación narrativa para su propia existencia como banalizar el espíritu de su predecesora. Aprovechando el final abierto con el que John Carpenter concluía la primera aparición cinematográfica de Michael Myers, Sanguinario retoma la acción donde se dejara, mostrándonos el plano que sigue a aquel con el que se cerraba la primera parte. Así, Rosenthal comienza el film retomando el final del anterior, volviéndonos a mostrar al doctor Loomis salvando in extremis a Laurie de las manos de Michael Myers y descargando su revolver sobre el cuerpo de éste, haciendo que caiga por el balcón de la casa.
Pero ya aquí encontramos una diferencia que marcará el tono de la película. Entre esta reutilización de planos de archivo, Rosenthal introduce uno nuevo, mostrándonos la caída de Myers desde otro punto de vista: la cámara ya no está dentro de la casa sino en el exterior, concretamente desde la calle de enfrente, dando lugar a una perspectiva distanciada, alejada de los hechos. Efectivamente, los sucesos de Sanguinario transcurren la misma noche que La noche de Halloween y el equipo del film cuidan que la estética y la formulación visual de este hereden la de Carpenter. Para ello echan mano de elementos tanto técnicos -el formato panorámico, la fotografía de Dean Cundey, los temas de la banda sonora compuesta por el propio Carpenter- como argumentales -la utilización de varios de los personajes del primer film, interpretados por los mismos actores-, buscando el lograr convencer al público de que están viendo la segunda parte de una misma película.
Pero, como indicábamos al comienzo de este texto, es suficiente con observar atentamente los primeros planos "nuevos" para darnos cuenta de que no es así. Tras ver que el cuerpo de Myers ha desaparecido, Loomis sale de la casa y se acerca al lugar donde debería estar el cadáver de su némesis. Lo que encuentra, en su lugar, es la silueta marcada en la hierba y un rastro de sangre. Recordemos que John Carpenter no terminó La noche de Halloween con esa misteriosa desaparición, sino que, a continuación, nos presentaba un montaje de los espacios donde había transcurrido la acción, ahora vacíos, pero acompañados con la respiración de Myers. La fría determinación de la que hacía gala y su aparente inmortalidad adquirían carta de naturaleza con ese escalofriante epílogo: no habíamos asistido a la cruenta historia de un asesino enmascarado que se dedicaba a matar adolescentes en celo, sino a la llegada a un pequeño y pacífico pueblo norteamericano del Mal absoluto -sin motivaciones ni razonamiento- dispuesto a contaminar el lugar. De ahí que, a pesar de ser golpeado, apuñalado y disparado, nunca veíamos sangrar a La Silueta, pues su forma humano no era más que un envoltorio.
En Sanguinario el Mal se hace carne, como indica los títulos de crédito: al lado de los nombres aparece una calabaza de Halloween encendida que se acerca poco a poco a la cámara hasta abrirse y mostrar en su interior una calavera. Detrás de la máscara sólo hay un ser humano: un asesino sanguinario. Esta corporeidad afecta a toda la película: los travellings de la primera mitad del film carecen de la ingravidez de los diseñados por Carpenter. Sin de la abstracción de La noche de Haloween, Sanguinario se convierte en un festival de la carne, moviéndose entre el Eros -la enfermera que se acuesta con su compañero de trabajo y enseña los pechos- y el Thanatos -los crímenes cometidos por Myers son más gráficos y sangriento-. El culmen de este proceso supondrá la búsqueda de una identidad de Myers, convirtiéndole en algo así como una reencarnación del espíritu celta de los muertos Samhain (1), a la vez que una justificación para la fijación de éste por la joven y herida Laurie Strode.
Transformado en una máquina de matar andante -aquí Myers empieza a experimentar con los asesinatos creativos: el doctor con la aguja clavada en el ojo o la enfermera jefe a la que realiza una radical transfusión de sangre hasta quedar desangrada- Michael Myers está más cerca de Jason Voorhees que de cualquier espíritu existencial. A raíz de esto, desaparecida la amenaza apocalíptica de corte metafísico, el doctor Loomis queda reducido a un personaje obsesionado, que no para de soltar frases grandilocuentes y amenazadoras, y deseoso de sacar su pistola cada poco.
Con todo, seamos justos, y destaquemos la única buena idea aportada por esta desafortunada Sanguinario: la tela de araña que la amenaza de Myers tiende sobre todos los habitantes de Haddonfield, una vez descubiertos los cuerpos, cayendo presa de una histeria colectiva: la escena en la que una joven que está sola en casa recibe una llamada de su amiga, contándole lo que ha ocurrido en su misma calle, parece la recreación de una leyenda urbana; un grupo exaltado de ciudadanos tirando piedras a la abandonada casa de los Myers; el joven que porta una máscara parecida a la del asesino y que resulta atropellado; o ese brillante momento en el que la cámara se mueve entre anónimos ciudadanos conectados por un mismo sentimiento: el miedo. Myers parece haber triunfado instalando el temor en el corazón de los habitantes de su antiguo pueblo. Lástima que Rick Rosenthal no desarrolle esta idea -el pánico como virus existencial, como triunfo del Mal- y prefiera hacer saltar un gato dentro del encuadre acompañado de una enfática banda sonora.
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(1) Durante el 31 de octubre los antiguos pueblos celtas celebraban una fiesta conmemorando el final de la cosecha denominada con la palabra gaélica Samhain que significa "final del verano". Esta festividad representaba el momento del año en el que los celtas almacenaban provisiones para el invierno y sacrificaban animales. Bajo la creencia que esa noche era la elegida por los espíritus para volver a nuestro mundo, encendían grandes hogueras para ahuyentar a los espíritus malignos. Con el paso del tiempo, esta fiesta serviría de base para la noche de Halloween, recogiendo la tradición de dejar comida para los muertos y encender velas para que encuentren su camino hacia la luz, hoy adaptado a los niños disfrazados de muertos y criaturas de la noche pidiendo caramelos.
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